Yo soy pobre y necesitado, pero el Señor cuida de mí. Tú eres mi auxilio y mi libertador; no te detengas, oh Dios mío. (Salmo 40:17)
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Me sorprendí al ver el ambiente nauseabundo de la Ciénega, la miseria y el abandono de aquel montón de casuchas a la orilla del Río Ozama. Caminando por las estrechas y sinuosas calles, llegué finalmente a la puerta de la barraca donde vivía nuestra hermana. En pocos instantes ella apareció y, con una cordial sonrisa, me invitó a entrar.
Las palabras son insuficientes para describir el cuadro que encontré: una pobre madre con seis hijos menores, abandonada por el esposo, entregada a su propia suerte.
Tratando de evaluar la situación, con el objeto de ayudarla en sus desdichas, oí de sus labios las palabras del salmista: “Yo en verdad soy pobre y necesitada, pero el Señor cuida de mí.”
El salmista no se imaginó la influencia que este versículo tuvo en el corazón de aquella madre destituída de bienes personales. Pero el efecto de las palabras de David en los labios de aquella desventurada mujer fue electrizante. Jamás olvidaré la impresión que me provocaron sus palabras. Desde aquella hora en adelante este versículo llegó a ser para mí un inestimable tesoro.
“El Señor cuida de mí” ¡Gloriosa promesa! Aunque en la Tierra cuente hoy con miles de millones de habitantes, Dios vela sobre nosotros individualmente. En la lista de esos millones de seres humanos es posible que tú seas un individuo desconocido. Sin embargo, este versículo dice que estás bajo el cuidado divino. Demos gracias a Dios por esta seguridad.
Esta certeza inunda nuestro corazón con la melodía del himno: “Nunca desmayes, que en el afán Dios cuidará de ti, sus fuertes alas te cubrirán; Dios cuidará de ti. Dios cuidará de ti; velando está su tierno amor, sí cuidará de ti, Dios cuidará de ti.”
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