¡Cuan amables son tus moradas!... mi alma…. desea los atrios de Jehová; mi corazón y mi carne cantan al Dios vivo (Salmo 84:1, 2)
Por Víctor Cruz
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Desgraciadamente se va acentuando en ciertos círculos una creciente indiferencia para con el santuario de Dios. Algunos preguntan: “¿Por qué ir a la iglesia si puedo oír a Dios en mi hogar?” Otros, con suficiencia propia, dicen: “¿Cuál es la ventaja de ir al templo, si también puedo adorar a Dios en mi casa?”
En los Estados Unidos existen 61 millones de adultos sin ninguna filiación religiosa. Una encuesta realizada por un conocido centro de investigación arrojó algunas conclusiones sorprendentes.
Esos irreligiosos no son personas incrédulas. No es la falta de fe lo que los mantienen apartados de la iglesia o de las instituciones religiosas. El 68% de ellos declaró creer en la resurrección de Jesucristo; el 64% que Jesús es el Hijo de Dios; el 57 en la vida después de la muerte; el 76% dijo que oraba a Dios y el 45% que lo hacia con frecuencia. No obstante, en su mayoría confesaron su desencanto con la iglesia como institución. Preocupada con los problemas organizacionales y promocionales –dijeron esos religiosos–, la iglesia descuidó la devoción y perdió su poder espiritual. Por eso, el 49% de los entrevistados declaró que la iglesia ya no posee las condiciones para ayudar al hombre a descubrir el significado de la vida; y el 86% cree que es posible encontrar el camino de Dios sin la orientación de una iglesia.
“Para la persona humilde y creyente, la casa de Dios en la tierra es la puerta del cielo”.
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