El fuego arderá continuamente en el altar; no se apagará (Levítico 6:13)
Por Víctor Cruz
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Nuestro texto está relacionado con el sacrificio continuo. A través de los siglos se ofreció en el santuario un holocausto por la mañana y otro por la tarde. Este ceremonial, realizado a favor del pueblo, propiciaba una expiación temporaria y provisoria a los pecadores, hasta que pudieran comparecer delante del sacerdote llevando su propio sacrificio. Ese sacrificio era quemado en el altar a fuego lento, para que durara hasta el holocausto siguiente. De ese modo el fuego consumía lentamente la ofrenda de la mañana hasta completar con el sacrificio de la tarde el ciclo diurno, y el de la tarde como el de la mañana, hasta cerrar el ciclo nocturno. El fuego debería arder continuamente, representando la constante comunión del pecador redimido con su Redentor.
Pero hubo momentos sombríos, cuando las brasas del altar se apagaron completamente. Envuelta en el negro manto de la apostasía, la nación permitía que el santuario tuviera sus puertas cerradas con cerrojo. El servicio era interrumpido. Los candelabros permanecían apagados. El suave incienso dejaba de ascender a lo alto y las brasas sobre el altar permanecían apagadas.
El fuego que consumía al animal que sustituía al pecador representaba al creyente consumiéndose en dedicación ferviente a Dios y su servicio.
¿Qué diremos del adventismo de nuestros días? Los pioneros del adventismo trabajaron avivando las brasas sobre el altar de la dedicación y el servicio. Después surgió otra generación que, consolidando la estructura del movimiento, conservó ardiendo las llamas de la devoción. Algunos, con todo, contemplan ahora con preocupación el surgimiento de una nueva generación, influida por el espíritu laodiceano. ¿Se apagaran las brasas sobre el altar?
No. A pesar del nominalismo de algunos y la apatía de muchos otros, ninguna cosa en este mundo posee tanta seguridad de éxito como la iglesia de cristo.
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