Enseñándoos y exhortándoos unos a otros… con salmos e himnos y cánticos espirituales (Colosenses 3:16)
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Las escrituras nos exhortan a alabar a Dios a través de la música. Las armonías del cántico llenan al ser de un profundo gozo interior, libertándolo de la opresiva carga de las angustias. El apóstol escribe: “La palabra de Cristo more en abundancia en vosotros, enseñándoos unos a otros en toda sabiduría, cantando con gracia en vuestros corazones al Señor con salmos e himnos y cánticos espirituales”.
El hombre ha sido comparado a un peregrino que sigue su camino, a veces alegre y sin cuidados, a veces doblegando bajo el paso de perturbadores problemas. Pero, en cualquier circunstancia, debemos cantar.
A veces el camino nos parece largo y monótono, cortando por áridas planicies. Ningún arroyo lo alegra; de la mañana a la noche, el sol abrasa. Es el camino de las aflicciones y angustias. Al recorrerlo, entonemos el cántico: “Porque esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria; no mirando nosotros las cosas que se ven; pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas”.
A veces la senda resulta escarpada. Es el camino de las incertidumbres y desilusiones. Al recorrerlo, cantemos la seguridad que tenemos en Jesús: “Desde el principio tú fundaste la tierra, y los cielos son obra de tus manos. Ellos parecerán, más tú permanecerás… tú eres el mismo y tus años no se acabarán”.
Hay un camino pedregoso y estrecho que va subiendo siempre. Su ascensión produce cansancio, pero nos anima la certeza de que seguimos el camino que conduce a la vida. Cuando nos sintamos extenuados, cantemos: “Los que esperan a Jehová tendrán nuevas fuerzas; levantarán alas como las águilas; correrán y no se cansarán; caminarán y no se fatigarán”.
¡Sión es la meta final, canta con alegría, cantando viene con alegría los que caminan por la vida regando su paz y amor!
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