Y estos (los de Berea)… recibieron la palabra… escudriñando cada día las Escrituras para ver si estas cosas eran así (Hechos 17:11)
Por Víctor Cruz
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Como el hombre hambriento busca afanosamente el alimento para satisfacer el clamor del hambre, así debemos buscar la palabra. Dice el profeta: “Fueron halladas tus palabras, y yo las comí; y tu palabra me fue por gozo y alegría de mi corazón” (Jer. 15:16). Y en cierta oportunidad David dijo: “¡Cuan dulces son a mi paladar tus palabras! Más que la miel a mi boca” (Sal. 119:103).
La laboriosa abeja se acerca a la flor y extrae de ella los elementos indispensables para producir la miel. Así, la lectura constante y atenta de las Escrituras producirá dulzura para nuestros labios, gozo y alegría para nuestro corazón.
Si supiéramos que un cheque al portador, de apreciable valor, se encuentra escondido entre las páginas de nuestra Biblia, la revisaríamos pagina por pagina hasta encontrarlo. Sin embargo, hay algo de más valor escondido entre sus páginas: la vida eterna en Cristo Jesús.
¿Cómo podemos descuidar tal tesoro, cuando sabemos que nuestra salvación se asienta en sus preciosas promesas? De acuerdo con una encuesta hecha en un país cristiano, de cada 100 personas entrevistadas solamente 10 confesaron que leían sistemáticamente la Biblia. Y apenas un 5% afirmó estar leyendo la Biblia más frecuentemente de lo que hacía en el pasado.
Como resultado del estudio de la Palabra, en Berea “creyeron muchos de ellos y mujeres griegas de distinción y no pocos hombres” (Hech. 17:12).
Que el espíritu de Berea nos inspire a examinar constantemente las Escrituras Sagradas, con el fin de encontrarnos aptos para compartir con otros sus beneficios y fortalecernos a nosotros mismos contra los poderes del mal.
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