Yo en muy poco tengo el ser juzgado por vosotros… pero el que me juzga es el Señor
(1 Corintios 4: 3, 4)
Por Víctor Cruz
Me acuerdo bien cuando a los nueve años pasé una noche agitada por causa de una tormenta aterradora. La lluvia caía como una gigantesca catarata. Los relámpagos y truenos se sucedían con significativa frecuencia, aumentando el miedo que me dominaba. Paralizado por el temor, en mi cama, se me ocurrió el pensamiento que había llegado el fin del mundo y de que tendría que comparecer ante el tribunal divino. Esa posibilidad intensificaba todavía más mis aprensiones.
Años más tarde comprendí la enseñanza divina sobre el día del juicio. De acuerdo con las Escrituras, los que cultivan una amistosa relación con Dios no deben temer el juicio divino, pues la Palabra nos asegura que el Señor juzga, no apenas con justicia, sino sobre todo con misericordia.
Los hombres juzgamos con parcialidad. Pablo sabía muy bien cuan injustos eran los miembros de la iglesia de Corinto, quienes en su ausencia criticaban despiadadamente sus métodos de trabajo. Con palabras casi caústicas, el apóstol se dirige a sus críticos y les dice: “Yo en muy poco tengo el ser juzgado por vosotros, o por tribunal humano, y ni aun yo me juzgo a mí mismo”.
En otras palabras, el apóstol pablo decía: “Poco me importa que mis motivos sean incorrectamente interpretados. Siento mi conciencia tranquila. No es que yo me sienta satisfecho conmigo mismo; sin embargo, el único juez ante el cual soy responsable es Dios. Y el traerá a la luz todos los motivos del corazón. Hasta los mas escondidos.”
La iglesia de Corinto juzgó a Pablo injustamente. ¿Cómo juzgamos nosotros hoy a nuestro pastor? Cuando el pastor actúa con dinamismo, es juzgado como un líder nervioso; si es sereno, es un hombre condescendiente. Si predica con notas, decimos que es aburrido; si no las usa; es superficial. Si levanta mucho la voz, es un gritón; si habla bajo, es monótono. Si presenta planes nuevos, es considerado revolucionario; si conserva las estructuras establecidas, no tiene iniciativa. Si tiene cabellos grises, ya es muy viejo; si es joven, no tiene experiencia.
Al sentirse criticado por los creyentes, Pablo tranquilizó su corazón con la certeza de que “el que me juzga es el Señor” y su juicio está mezclado con misericordia y amor. “Justo eres tú, oh Jehová, y rectos tus juicios” (Sal. 119:137).
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