viernes, 24 de julio de 2009

TOMADOS DE LA MANO DE DIOS

Y a aquel que es poderoso para guardaros sin caída… sea gloria y majestad, imperio y potencia (Judas 24, 25)

Por Víctor Cruz

El Señor espera que, en medio de una generación corrompida, andemos en forma irreprensible, brillando como “luminares en el mundo”. Sin embargo muchos cristianos en vez de vivir una vida ejemplar, se dejan seducir por los encantos del pecado, conformándose con las costumbres del mundo.

Santiago afirma: “que parte de la verdadera religión consiste en guardarnos a nosotros mismos incontaminados en medio del mundo”. Pablo nos exhorta: “Salid de en medio de ellos (de los incrédulos), y apartaos” (2 Co. 6:17). ¿Cómo debemos reaccionar cuando nos encontramos cercados por todos lados por las tentaciones?

No es el plan de Dios que nos apartemos del contacto con los incrédulos. En vez de eso, se nos dice que debemos ser la “sal de la tierra” y la “luz del mundo” (Mateo 5:13 y 14). ¿Cómo podemos hacer eso? Sin Jesús operando en nosotros, somos incapaces de triunfar sobre el pecado. Pero, con él podemos andar en las sendas rectas y estrechas de la justicia.

Al tropezar, un niño que no quiere tomarse de la mano del padre puede perder el equilibrio y caer; pero, cuando el padre lo toma de la mano, aunque todavía puede tropezar, no caerá. Si le permitimos, Dios tomará nuestra débil mano, al recorrer las sendas escarpadas de nuestra experiencia diaria, y nos guardará de caer, presentándonos “sin mancha, delante de su gloria con gran alegría” (Jud. 24).

En nuestro himnario tenemos un expresivo himno, que describe el significado de andar con nuestras manos, en las manos de Dios.

“Mi mano ten, Señor; me siento débil: sin ti no puedo riesgos afrontar; tenla Señor mí vida el gozo llene de verme libre, así de todo azar.”

“Mi mano ten; permite que animen mí regocijo, mí esperanza en ti; tenla Señor y compasivo, impide que caiga en mal, cual una vez caí”.

“Mi mano ten; mí senda es tenebrosa si no la alumbra tú radiante faz; por fe si alcanzo a percibir tu gloria, ¡cuán grande gozo!, ¡cuán profunda paz!

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