Y perseveran en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros en el partimiento del pan y en las oraciones (Hechos 2:42)
Por Víctor Cruz
El mundo no está interesado en las tempestades que encontraste. ¡Lo que quiere saber es si trajiste el barco!
Comentando éste refrán, el escritor Oliver Wendall Holmes dijo: “para alcanzar el puerto debemos navegar siempre y siempre. Algunas veces a favor del viento; otras, contra el mismo viento. Pero nunca debemos permanecer a la deriva o arrojar el ancla”.
Esa fue la actitud de Abraham Lincoln, que enfrentó con frecuencia el ímpetu de los vientos contrarios, pero, jamás arrojó el ancla. En 1832 fue derrotado en su campaña para diputado; en 1833 fracaso en sus negocios; en 1838 falleció su novia; en 1836 sufrió una aguda crisis nerviosa; en 1838 fue derrotado en sus aspiraciones para presidente de la legislatura de Illinois; en 1843 sufrió otra derrota como candidato al Congreso Nacional; en 1846 fue finalmente elegido diputado federal, pero, en 1848 perdió la reelección; en 1854 fue derrotado cuando disputó la representación de su Estado en el Senado de la República; en 1856 sufrió otra derrota cuando disputaba la vicepresidencia de la República; en 1858 fue otra vez vencido en su campaña para el Senado; sin embargo, finalmente, en 1860 fue elegido presidente de su país.
Lincoln nunca se dejó abatir ante la derrota. Pero, su nombre jamás seria conocido por el mundo, sino hubiera perseverado en su esfuerzo por alcanzar sus objetivos.
Además, de perseverar en la consecución de los ideales de naturaleza temporal, se nos exhorta también en las Escrituras, a perseverar en nuestra experiencia religiosa. Los fieles de la iglesia primitiva, de acuerdo con el testimonio de Lucas, “perseveraban en la doctrina”. Ni las persecuciones, ni las angustias, ni el mismo martirio fueron suficientes para abatirlos en su contagioso fervor.
La experiencia cristiana se asemeja a la vida de un atleta. Cuando el cristiano comienza la carrera de la fe, generalmente se lo ve lleno de fervor. Pero, a lo largo de su experiencia religiosa, al enfrentar las luchas y tentaciones propias de la vida cristiana, muchas veces pierde el fervor original, y se olvida de que la fe exige lucha, dedicación y perseverancia. Únicamente, “el que perseverare hasta el fin será salvo”.
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