viernes, 21 de agosto de 2009

LA BUENA BATALLA

He peleado la buena batalla, he calado la carrera, he guardado la fe
(2 Timoteo 4:7)

Por Víctor Cruz

Era un día apacible, me dijo un hermano cuando llegó a la ciudad de Roma. La visitaba por primera vez. Después de conocer sus rincones históricos, las famosas catedrales en ruinas, las conocidas catacumbas y los significativos monumentos; caminó en dirección a la prisión Mamertina donde, según la tradición, permaneció el apóstol Pablo confinado en su segundo encarcelamiento y de donde salió para ser ejecutado.

Descendió, con emoción, al interior de aquel sórdido cubículo donde el apóstol, ya quebrado por el peso inexorable de los años, víctima de la crueldad y de la arbitrariedad de los poderosos, aguardaba el martirio.

Nerón, que por entonces ostentaba la purpura imperial, en un arranque de perversidad desató contra los cristianos una persecución implacable; y era muy difícil que el mas intrépido apóstol del cristianismo escapara de sus manos sanguinarias.

En la prisión, Pablo escribió su última carta. No se hacía ilusiones sobre la suerte infausta que lo aguardaba. Y en la expectativa dolorosa de su martirio escribió: “Yo ya estoy para ser sacrificado y el tiempo de mi partida está cercano”. (2 Tim. 4:6)

Sintiendo la sombra siniestra de la espada de Nerón, haciendo un balance de la vida, concluyó con un elocuente testimonio de fe y confianza en Dios: “He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he aguardado la fe. Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día”.

Acariciando ésta esperanza calló, decapitado, el apóstol de las naciones, después de haber prestado los más relevantes servicios a la causa del Nazareno. Sus obras, sin embargo, a pesar del paso de los siglos, todavía permanecen.

En forma irreprensible completó su extraordinaria carrera. Estando en el crepúsculo de su vida, Pablo estaba en condiciones de decir que había completado dignamente la carrera y el ministerio que recibiera de Cristo. Y como fiel mayordomo, había guardado el tesoro del evangelio confiado a sus cuidados.

Que Dios nos conceda la gracia de sentir la misma seguridad de Pablo e imitarlo en su fe y devoción.

No hay comentarios: