martes, 25 de agosto de 2009

TEMPESTADES

¿Por qué teméis, hombres de poca fe?
(Mateo 8:26)
Por Víctor Cruz

Contemplar el puerto de Hong Kong, y observar el vaivén constante de los coloridos de los barcos que cruzan la bahía en todas las direcciones, constituye una experiencia inolvidable. Se mueven los grandes barcos a vela, impulsados por la acción de los vientos; barcos a vapor surcan las aguas en sus graciosos movimientos; embarcaciones ornamentadas con banderas multicolores entran y salen en un flujo constante; y se ven también innumerables chalupas que se mueven constantemente. Todos, aunque diferentes en forma y tamaño, están sujetos a la intemperie, a los azotes del viento, como el barco de los apóstoles en el Mar de Galilea. Y cuando son sacudidos por la furia de los elementos, hasta los más intrépidos marineros se dejan asaltar por el miedo.

Esta fue la dramática experiencia de los discípulos en el tormentoso mar. La noche era oscura y aterradora. Los vientos impetuosos soplando sobre las aguas producían grandes ondas. Reinaba soberano el temporal en el mar. Y los discípulos, amedrentados, exclamaron: “¡Señor, sálvanos, que perecemos!”

Aquellos galileos temían la muerte. El miedo a morir es natural en el hombre. Contribuyen a eso, a veces el pensamiento relacionado con los sufrimientos físicos que preceden a la muerte, a veces incertidumbre del desconocido más allá.

Sin embargo, para el creyente la presencia de Cristo en el barco de su vida, constituye la prenda de que más allá de la caverna tenebrosa de la muerte fulgura radiante la promesa de la resurrección.

Pero, paralelamente al miedo de morir, el hombre sufre la tiranía que le impone otro temor: el miedo a vivir. Este miedo, es más común de lo que imaginamos. Tenemos que enfrentar las batallas de la vida; tenemos que asumir las responsabilidades y tomar iniciativas. El futuro nos atemoriza. Las preocupaciones del mañana nos oprimen. Las incertidumbres de la vida nos inundan de aprensiones el corazón. Aunque el mar esté calmo, no osamos levantar el ancla. El temor a la tempestad paraliza nuestros movimientos.

Dios nos creó para que disfrutemos la vida en su plenitud. ¡Cuánto pierden los esclavos del miedo! Salgamos del puerto donde las aguas son calmas. Crucemos los océanos, avancemos contra el viento no estamos solos. Sea para vida o para muerte, el Señor nos acompaña en nuestra embarcación.

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