martes, 18 de agosto de 2009

UN SERMÓN SIN TERMINAR

Yo entiendo que éste que siempre pasa por nuestra casa, es varón santo de Dios
(2 Reyes 4:9)

Por Víctor Cruz

Cierta vez un hombre subía apresuradamente las escaleras de la iglesia, cuando se encontró con una señora que serenamente cruzaba la puerta principal, saliendo del santuario.

– ¿Ya terminó el sermón? – le preguntó agitado.
– Bueno – respondió la señora –, el ministro predicó y después cantamos y oramos…
– ¡Entonces, el sermón ya terminó!
– ¡Oh, no! El predicador hizo su parte, pero ahora debo completar su sermón en mi vida.

El mundo desea ver una religión práctica, una fe viva, eficáz, operante, traducida en frutos. En otras palabras, el mundo necesita ver sermones completados en la vida de cada seguidor de Cristo.

En el cumplimiento de su misión profética, Eliseo pasaba frecuentemente por Sunem, donde vivía una mujer rica. Ésta, observándolo constantemente y viendo los frutos admirables de su ministerio, dijo con palabras de admiración: “Éste que siempre pasa por nuestra casa, es barón santo de Dios”. En otras palabras, Eliseo vivía en su vida diaria aquello que predicaba.

¿Qué dicen acerca de nosotros nuestros amigos, nuestros vecinos, nuestros clientes y nuestros proveedores?

El mundo estremecido por la angustia y el temor necesita oír el mensaje del Evangelio. Pero, además de oír a los hombres quieren ver el poder transformador de este mensaje en la vida de los seguidores de Cristo.

“El testimonio que debemos dar por Dios, no consiste sólo en predicar la verdad y distribuir publicaciones. No olvidemos que el argumento más poderoso a favor del cristianismo, es una vida semejante a la de Cristo; mientras que un cristiano vulgar hace más daño en el mundo que un mundano. Todos los libros escritos no reemplazarán una vida sana. Los hombres creerán, no lo que diga el predicador, sino lo que viva la Iglesia. Demasiado a menudo la influencia del sermón predicado desde el púlpito, queda neutralizada por la que se desprende de las vidas de las personas que se dicen defensoras de la verdad”.

Cuando el mundo vea en nosotros los “atractivos incomparables” de Cristo, nuestra vida será un sermón completado.

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