Corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe (Hebreos 12:1,2)
Por Víctor Cruz
“Corramos con paciencia”. Paciencia, en éste texto, significa “firmeza” o “determinación”. El atleta victorioso no es aquel que, con entusiasmo comienza a correr sobrepasando a los que están delante de él, sino aquel que, con propósito inflexible, conserva la ventaja que consiguió hasta el fin de la carrera.
“Puestos los ojos en Jesús”; ese es el método empleado por el apóstol cuando decía que avanzaba rumbo al blanco. Así como los ojos del atleta se fijan en la meta final, los ojos del cristiano deben estar centrados en Cristo.
Los griegos contaban la leyenda de una famosa joven, vencedora en todas las corridas de su ciudad natal. Su vigor físico y extraordinaria agilidad atlética, la calificaban para vencer todas las pruebas. Siempre había vencido a las mejores atletas que habían competido con ella.
Sin embargo, un día, una astuta rival maquinó un plan para derrotarla. Llevó consigo al estadio algunas pepitas de oro y mientras corría, iba dejando caer, una detrás de la otra, el precioso y fascinante metal. Atraída por el fulgor de las pepitas y deseando poseer aquellos fragmentos de oro, se detuvo, aquí y allí, inclinándose para recogerlas. Mientras tanto, la astuta rival avanzaba con determinación y vigor rumbo al blanco. Cuando la joven atleta se dio cuenta del atraso, ya era demasiado tarde. Por más que se empeñó, no pudo vencer la disputa. Perdió por primera vez, porque dejó de fijar sus ojos en el objetivo a su frente, para detenerse con las cosas que encontró a lo largo del camino.
¡Cuántos hay, entre nosotros, que se dejan vencer en la vida cristiana porque, en lugar de correr con perseverancia, “puestos los ojos en Jesús”, se detienen para recoger las “pepitas de oro”, que Satanás va dejando caer a lo largo del camino! Dejan de mirar al blanco, a Jesús y se dejan seducir por el brillo de las riquezas efímeras o por los encantos voluptuosos de la carne, con los cuales el príncipe de impiedad trata de detenerlos.
Que el Señor nos conceda el vigor indispensable para proseguir en la “carrera que nos es propuesta”, confiados en que con él seremos “más que vencedores” (Rom. 8:37)
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