Este pueblo de labios me honra; mas su corazón está lejos de mí (Mateo 15:8)
Por Víctor Cruz
Cierta vez Mahatma Gandhi (1869-1948), el líder hindú, viajaba en tren de tercera clase. A pesar de su popularidad nadie de los que viajaban con él lo reconoció.
Un pasajero, demostrando falta de consideración para con los demás, escupía constantemente en el piso del ferrocarril. Gandhi serenamente lo exhortó, destacando el peligro que tal mal habito podría significar para la salud de los demás pasajeros. El hombre se irritó y respondió con exasperación: –No se meta en mi vida. ¿Quién es usted para pretender corregirme?
Después de un continuó escupiendo, indiferente a los escrúpulos de los demás. Gandhi se mantuvo en silencio. Poco después aquel hombre tomando su guitarra, comenzó a cantar una música popular en honor a Gandhi. En la estación en la que iba a desembarcar había una multitud reunida para honrar al ilustre visitante. El hombre, dándose cuenta de que la persona a quien había molestado con su hábito antihigiénico no era otra sino el festejado héroe nacional, se postro delante de él y le pidió que lo perdonara.
–No tengo nada que perdonarle – respondió el gran líder, Gandhi–. Pero veo que su aprecio de ahora es hipócrita, ya que canta canciones en mi loor y no practica mis lecciones.
Este incidente de la vida de Gandhi nos recuerda las palabras de Isaías: “Este pueblo se acerca a mí con su boca, y con sus labios me honra, pero su corazón esta lejos de mí”. Los habitantes de Jerusalén, aunque pretendían seguir la fe de sus mayores, desconocían a Dios. Sus actividades religiosas no eran más que ritos vacíos y ceremonias destituidas de relevancia espiritual. Honraban a Dios con sus labios, pero se sentían atraídos por el culto a otros dioses.
Jesús aplicó las mismas palabras del profeta Isaías a los religiosos de sus días y los acusó de hipócritas, pues a pesar de estar revestidos de un barniz espiritual, tenían el corazón distante del Señor.
En materia religiosa, Dios considera principalmente las intenciones del corazón. Los ojos del Señor penetran los más ocultos lugares de nuestro ser. Observa nuestro corazón y conoce cuando le prestamos un culto sincero, ungido de devoción y fervor.
La miel sale de mis poros y mi piel negra, ¡oh! ¡que cumbre convocada por mi presidente! y seguiré siendo como la raíz del bambú tan profunda, tan profunda que al recibir la tempestad o el ímpetu del viento me acuesto sobre la tierra para que el viento pase sobre mí y al pasar y al volver retomo mi lugar de origen.
Recuerde usted que no es Víctor Cruz que le habla, sino sínodo de luz que me usan de instrumento.
Un pasajero, demostrando falta de consideración para con los demás, escupía constantemente en el piso del ferrocarril. Gandhi serenamente lo exhortó, destacando el peligro que tal mal habito podría significar para la salud de los demás pasajeros. El hombre se irritó y respondió con exasperación: –No se meta en mi vida. ¿Quién es usted para pretender corregirme?
Después de un continuó escupiendo, indiferente a los escrúpulos de los demás. Gandhi se mantuvo en silencio. Poco después aquel hombre tomando su guitarra, comenzó a cantar una música popular en honor a Gandhi. En la estación en la que iba a desembarcar había una multitud reunida para honrar al ilustre visitante. El hombre, dándose cuenta de que la persona a quien había molestado con su hábito antihigiénico no era otra sino el festejado héroe nacional, se postro delante de él y le pidió que lo perdonara.
–No tengo nada que perdonarle – respondió el gran líder, Gandhi–. Pero veo que su aprecio de ahora es hipócrita, ya que canta canciones en mi loor y no practica mis lecciones.
Este incidente de la vida de Gandhi nos recuerda las palabras de Isaías: “Este pueblo se acerca a mí con su boca, y con sus labios me honra, pero su corazón esta lejos de mí”. Los habitantes de Jerusalén, aunque pretendían seguir la fe de sus mayores, desconocían a Dios. Sus actividades religiosas no eran más que ritos vacíos y ceremonias destituidas de relevancia espiritual. Honraban a Dios con sus labios, pero se sentían atraídos por el culto a otros dioses.
Jesús aplicó las mismas palabras del profeta Isaías a los religiosos de sus días y los acusó de hipócritas, pues a pesar de estar revestidos de un barniz espiritual, tenían el corazón distante del Señor.
En materia religiosa, Dios considera principalmente las intenciones del corazón. Los ojos del Señor penetran los más ocultos lugares de nuestro ser. Observa nuestro corazón y conoce cuando le prestamos un culto sincero, ungido de devoción y fervor.
La miel sale de mis poros y mi piel negra, ¡oh! ¡que cumbre convocada por mi presidente! y seguiré siendo como la raíz del bambú tan profunda, tan profunda que al recibir la tempestad o el ímpetu del viento me acuesto sobre la tierra para que el viento pase sobre mí y al pasar y al volver retomo mi lugar de origen.
Recuerde usted que no es Víctor Cruz que le habla, sino sínodo de luz que me usan de instrumento.
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