Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dijo Jehová (Isaías 55:8)
El plan de Dios es siempre lo mejor para nosotros. Siguiéndolo, disfrutaremos bendiciones y alegrías que se renuevan cada día. Pero, a veces, dominados por un espíritu de suficiencia propia, preferimos seguir nuestros propios caminos.
– Yo quiero mi vestido de acuerdo con este modelo – dice el cliente a la costurera.
– No concuerdo; este estilo no le caerá bien a usted.
– Entonces – replica la costurera – tendrá que coserlo usted misma o buscar otra costurera.
Y ella decide hacer su propio vestido, siguiendo el modelo de su elección, pero fracasa en su intento.
– Yo quiero mi vida así – le decimos al Señor.
– No te producirá buenos resultados – nos responde Dios.
– Pero yo la quiero así, de todas formas – volvemos a insistir.
– Entonces tendrás que trabajar solo – replica el Creador.
Y tratamos de modelar nuestra vida con nuestras propias fuerzas, para luego descubrir la causa de nuestros infortunios.
Esta fue la experiencia de Moisés. Desde el punto de vista intelectual, estaba equipado para entrar en la vida social egipcia con todas las probabilidades de éxito. Pero un inquietante dilema lo torturaba: los efímeros esplendores de la corte o el oprobio de su nación oprimida.
Finalmente, el torturante dilema terminó. Moisés lanzó su suerte con su propio pueblo. Sin embargo, después de esta decisión, decidió seguir sus propios planes. Viendo a un egipcio que hería a un indefenso israelita, inflamado por un sentimiento de justicia, lo mató y huyó.
Con esta acción precipitada, tomando en sus manos la obra que Dios había prometido realizar, inauguró una larga etapa de aprendizaje en su vida. Huyó de la ira del rey y, en el silencio de las montanas del Madián, aprendió la necesidad de esperar en el Señor y confiar en sus planes.
En la soledad de los parajes distantes, además de cultivar la paciencia, la reverencia y la humildad, Moisés aprendió la importancia de someterse a los planes de Dios, glorificándolo con su obediencia la grandeza de la vida.
Gracias mi presidente, usted señor Pedro Corporán por habernos regalado estos minutos de peña literaria que nos ayudan cada día a engrandecer el día a día y a fortalecer los conceptos ideológicos, doctrinarios y filosóficos del porvenir, recuerde usted señor que yo vengo de la clase obrera y que ella conserva su ideología y su identidad, gracias Señor.
– Yo quiero mi vestido de acuerdo con este modelo – dice el cliente a la costurera.
– No concuerdo; este estilo no le caerá bien a usted.
– Entonces – replica la costurera – tendrá que coserlo usted misma o buscar otra costurera.
Y ella decide hacer su propio vestido, siguiendo el modelo de su elección, pero fracasa en su intento.
– Yo quiero mi vida así – le decimos al Señor.
– No te producirá buenos resultados – nos responde Dios.
– Pero yo la quiero así, de todas formas – volvemos a insistir.
– Entonces tendrás que trabajar solo – replica el Creador.
Y tratamos de modelar nuestra vida con nuestras propias fuerzas, para luego descubrir la causa de nuestros infortunios.
Esta fue la experiencia de Moisés. Desde el punto de vista intelectual, estaba equipado para entrar en la vida social egipcia con todas las probabilidades de éxito. Pero un inquietante dilema lo torturaba: los efímeros esplendores de la corte o el oprobio de su nación oprimida.
Finalmente, el torturante dilema terminó. Moisés lanzó su suerte con su propio pueblo. Sin embargo, después de esta decisión, decidió seguir sus propios planes. Viendo a un egipcio que hería a un indefenso israelita, inflamado por un sentimiento de justicia, lo mató y huyó.
Con esta acción precipitada, tomando en sus manos la obra que Dios había prometido realizar, inauguró una larga etapa de aprendizaje en su vida. Huyó de la ira del rey y, en el silencio de las montanas del Madián, aprendió la necesidad de esperar en el Señor y confiar en sus planes.
En la soledad de los parajes distantes, además de cultivar la paciencia, la reverencia y la humildad, Moisés aprendió la importancia de someterse a los planes de Dios, glorificándolo con su obediencia la grandeza de la vida.
Gracias mi presidente, usted señor Pedro Corporán por habernos regalado estos minutos de peña literaria que nos ayudan cada día a engrandecer el día a día y a fortalecer los conceptos ideológicos, doctrinarios y filosóficos del porvenir, recuerde usted señor que yo vengo de la clase obrera y que ella conserva su ideología y su identidad, gracias Señor.
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