lunes, 9 de febrero de 2009

EL MISTERIO DE LA DEIDAD

Haya, pues en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse
(Filipenses 2:5,6)
Por Víctor Cruz

Filipenses 2:5-11 representa la más sublime descripción de la persona de Cristo. Al leer estos versículos, nuestros pensamientos se dirigen instintivamente al Aconcagua que coronado de nieve en su solitaria grandeza en medio de la cordillera andina, se yergue imponente mucho más arriba de los demás picos que lo rodean.

El versículo 6 nos presenta al Verbo antes de ausentarse de los palacios de marfil para entrar en nuestro contaminado y perturbado planeta. El vocablo traducido por siendo, existiendo o subsistiendo vislumbramos los misterios insondables de un tiempo que se pierde en la niebla de la eternidad. Conocemos las palabras del apóstol Juan, escritas como prólogo al Evangelio que lleva su nombre: “En principio era el Verbo y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. Este era en el principio con Dios. Todas las cosas por él fueron hechas y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho”.

Muchos han estudiado este tema, animados por el deseo de desvendar los misterios insondables relacionados con la preexistencia de Cristo. No deberíamos, sin embargo, permitir que el afán por entender lo que no nos fue revelado desvíe nuestra atención del punto central focalizado por el apóstol en este texto, a saber: Que Jesús, aun siendo Dios, no se apegó a las prerrogativas inherentes a la deidad, sino que asumió voluntariamente la naturaleza humana con todas las limitaciones y desventajas, llegando a ser uno con nosotros.

Al nacer en el pesebre de Belén, el milagro biológico, el ministerio de la encarnación se consumó. Su ingreso en la familia humana no ocurrió por generación natura, como en nuestro caso, sino por un acto creador. Los 33 años de su peregrinación por este mundo pueden ser contados como un interludio en la carne, pues la eternidad existía antes de él y la eternidad existe después de él.

“Y el Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros”. Consumada su obra en este mundo, volvió a ocupar el trono del universo, reteniendo su cuerpo resucitado. Y ahora, como amoroso Mediador que se compadece de nuestras flaquezas, derrama sobre nosotros las bendiciones del perdón y la alegría de la salvación.

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