(Dedicado a mis hijos Samuel José, Patricia y Armando y, a la juventud)
Por el Ing. Samuel Moya
En su obra Nuevo Paradigma (Pág. 89), el Dr. Leonel Fernández cita lo siguiente: “Desde fines de los años setenta y principios de los ochenta, se produjo en América Latina un proceso de transición política de regímenes autoritarios o dictatoriales hacia regímenes democráticos o de gobiernos civiles electos”. Como ilustración más gráfica de lo que ocurría en América Latina en las convulsionadas décadas de los sesenta y setenta, me permito citar a Eduardo Galeano en su obra Patas Arriba, la escuela del mundo al revés (pág. 199), quien apunta que mientras la selección argentina ganaba el campeonato mundial de fútbol de 1978 en su propio territorio, la dictadura militar comandada por Jorge Rafael Videla arrojaba vivos los prisioneros al fondo del océano. Dice que los aviones despegaban desde Aeroparque, muy próximo al estadio donde ocurría la competencia deportiva. Cita también que el capitán argentino Alfonso Scilingo decidió hacer una confesión en el 1995, dijo que él había echado al mar a treinta personas. Y anunció que en dos años habían sido entre mil quinientos y dos mil los prisioneros políticos que la Marina argentina había enviado a las bocas de los tiburones.
La frase “soy reeleccionista porque soy reformista” es de uso recurrente entre algunos compatriotas. Hay que admitir que el Dr. Balaguer fue esencialmente reeleccionista. Su período de gobierno más ácidamente criticado con relación a las libertades públicas fue el de los doce años (1966-78). Desde esa óptica, el gobierno de los diez años (1986-96) fue radicalmente opuesto porque las circunstancias fueron diferentes. Hay que entender que el mandato de los doce años coincidió con la etapa en que América Latina estaba infestada de dictadores y camarillas militares represivas. Veamos: el general Augusto Pinochet, en Chile; el dictador Alfredo Stroessner, en Paraguay; el presidente vitalicio Francois Duvalier, y luego su hijo Jean-Claude, en Haití; una Junta Militar presidida por el general Alfredo Ovando Candía, primero, y luego el coronel Hugo Banzer, quien se convirtió más tarde en demócrata, en Bolivia; el dictador Jorge Rafael Videla, en Argentina; Anastasio Somoza Debayle, en Nicaragua; la Junta Militar que derrocó a Fernando Belaunde Terry, en Perú; los generales Garrastazu Médeci, primero, y luego Ernesto Geisel, en Brasil; una junta militar en Guatemala y posteriormente otros regímenes de fuerza que culminaron en ese país con la elección democrática de Vinicio Cerezo en 1991. Hasta España, la madre Patria, estuvo presionada en esa época por los pesados tentáculos del régimen autoritario del Generalísimo Francisco Franco hasta el año 1975.
Es justo reconocer que las virtudes excepcionales de un estadista de la estirpe del Dr. Joaquín Balaguer gravitaron de manera muy protagónica para evitar que un militar de mentalidad cavernaria fuera el responsable de llevar la conducción de nuestro país sobre la punta de su espada. No se puede soslayar el hecho de que el Dr. Balaguer tomó el poder después de una guerra civil que tuvo un saldo de unos cinco mil muertos, y que las circunstancias le obligaron a gobernar acompañado de un aparato militar trujillista, el cual compartía el escenario con grupos de extrema izquierda que merodeaban en la clandestinidad, vinculados al régimen comunista de Fidel Castro instaurado en el 1959, y a liderazgos maoístas de otras latitudes, en momentos también en que el mundo giraba cubierto por las densas nubes grises de la guerra fría protagonizada por los Estados Unidos de América y la ex Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (U.R.S.S.), superpotencias que pusieron a caminar al ser humano por el filo de la navaja durante varias décadas.
El Dr. Leonel Fernández, en su obra Nuevo Paradigma, al hacer referencia a las causas que produjeron el proceso de transición democrática de los años sesenta y setenta, apunta que “se debió en primer lugar a la incapacidad, con excepción de Chile, de los regímenes militares de la época para solucionar la crisis económica, caracterizada por una situación de hiperinflación, bajo crecimiento, alto desempleo y devaluación de la moneda”. En este aspecto hay que reconocer que el Dr. Balaguer en los doce años tuvo que hacer un gobierno centrado en el orden, porque como expresó Emilio Castelar, “la libertad es como el alimento, sin ella podemos pasarnos algunos días; pero el orden es como el aire, que si nos falta pereceremos”. No obstante, orientó también sus esfuerzos hacia la búsqueda de la reunificación de la familia dominicana y del desarrollo socioeconómico. En ese período hubo un crecimiento anual promedio de un 7% del PIB, y de un total de un 83.3% en toda la extensión de los 12 años, la inflación fue controlada, la moneda prácticamente no se devaluó, y el desempleo disminuyó substancialmente, gracias al incentivo a los sectores industrial, de zona franca, turístico, a las pequeñas y medianas empresas, y a la política de inversiones con recursos propios en infraestructuras en todo el territorio nacional, sin necesidad de comprometer la soberanía económica.
Fue certera la vicepresidenta Milagros Ortiz Bosch en junio del 2003, ocasión en que enfrentaba los aprestos reeleccionistas de Hipólito Mejía, cuando afirmó lo siguiente: “Balaguer se reeligió, sí, pero se reeligió siempre con la economía en crecimiento”.
La frase “soy reeleccionista porque soy reformista” es de uso recurrente entre algunos compatriotas. Hay que admitir que el Dr. Balaguer fue esencialmente reeleccionista. Su período de gobierno más ácidamente criticado con relación a las libertades públicas fue el de los doce años (1966-78). Desde esa óptica, el gobierno de los diez años (1986-96) fue radicalmente opuesto porque las circunstancias fueron diferentes. Hay que entender que el mandato de los doce años coincidió con la etapa en que América Latina estaba infestada de dictadores y camarillas militares represivas. Veamos: el general Augusto Pinochet, en Chile; el dictador Alfredo Stroessner, en Paraguay; el presidente vitalicio Francois Duvalier, y luego su hijo Jean-Claude, en Haití; una Junta Militar presidida por el general Alfredo Ovando Candía, primero, y luego el coronel Hugo Banzer, quien se convirtió más tarde en demócrata, en Bolivia; el dictador Jorge Rafael Videla, en Argentina; Anastasio Somoza Debayle, en Nicaragua; la Junta Militar que derrocó a Fernando Belaunde Terry, en Perú; los generales Garrastazu Médeci, primero, y luego Ernesto Geisel, en Brasil; una junta militar en Guatemala y posteriormente otros regímenes de fuerza que culminaron en ese país con la elección democrática de Vinicio Cerezo en 1991. Hasta España, la madre Patria, estuvo presionada en esa época por los pesados tentáculos del régimen autoritario del Generalísimo Francisco Franco hasta el año 1975.
Es justo reconocer que las virtudes excepcionales de un estadista de la estirpe del Dr. Joaquín Balaguer gravitaron de manera muy protagónica para evitar que un militar de mentalidad cavernaria fuera el responsable de llevar la conducción de nuestro país sobre la punta de su espada. No se puede soslayar el hecho de que el Dr. Balaguer tomó el poder después de una guerra civil que tuvo un saldo de unos cinco mil muertos, y que las circunstancias le obligaron a gobernar acompañado de un aparato militar trujillista, el cual compartía el escenario con grupos de extrema izquierda que merodeaban en la clandestinidad, vinculados al régimen comunista de Fidel Castro instaurado en el 1959, y a liderazgos maoístas de otras latitudes, en momentos también en que el mundo giraba cubierto por las densas nubes grises de la guerra fría protagonizada por los Estados Unidos de América y la ex Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (U.R.S.S.), superpotencias que pusieron a caminar al ser humano por el filo de la navaja durante varias décadas.
El Dr. Leonel Fernández, en su obra Nuevo Paradigma, al hacer referencia a las causas que produjeron el proceso de transición democrática de los años sesenta y setenta, apunta que “se debió en primer lugar a la incapacidad, con excepción de Chile, de los regímenes militares de la época para solucionar la crisis económica, caracterizada por una situación de hiperinflación, bajo crecimiento, alto desempleo y devaluación de la moneda”. En este aspecto hay que reconocer que el Dr. Balaguer en los doce años tuvo que hacer un gobierno centrado en el orden, porque como expresó Emilio Castelar, “la libertad es como el alimento, sin ella podemos pasarnos algunos días; pero el orden es como el aire, que si nos falta pereceremos”. No obstante, orientó también sus esfuerzos hacia la búsqueda de la reunificación de la familia dominicana y del desarrollo socioeconómico. En ese período hubo un crecimiento anual promedio de un 7% del PIB, y de un total de un 83.3% en toda la extensión de los 12 años, la inflación fue controlada, la moneda prácticamente no se devaluó, y el desempleo disminuyó substancialmente, gracias al incentivo a los sectores industrial, de zona franca, turístico, a las pequeñas y medianas empresas, y a la política de inversiones con recursos propios en infraestructuras en todo el territorio nacional, sin necesidad de comprometer la soberanía económica.
Fue certera la vicepresidenta Milagros Ortiz Bosch en junio del 2003, ocasión en que enfrentaba los aprestos reeleccionistas de Hipólito Mejía, cuando afirmó lo siguiente: “Balaguer se reeligió, sí, pero se reeligió siempre con la economía en crecimiento”.
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