lunes, 8 de junio de 2009

DIOS EL FUNDAMENTO DEL HOGAR

Y llamaron a Rebeca y le dijeron: ¿Iras tú con este varón? Y ella respondió: Sí iré.
(Génesis 24:58)

Por Víctor Cruz

Aunque en Oriente la mujer tenía poco derecho de elección en el tema del casamiento, le cabía a Rebeca dar la palabra final a la propuesta hecha por el siervo de Abraham de unirse en matrimonio con Isaac. El romántico epílogo de ese episodio de la vida de Rebeca es su respuesta positiva: “Sí, iré”.

Al amanecer rehusando las insistentes invitaciones para quedarse un poco más, el mayordomo de Abraham se puso en camino llevando en su compañía a aquella que había de ser la bienaventurada esposa del hijo de su amo. Y mientras iba montada en su camello envuelta en su dulce sueño de esperanza y expectativa, Rebeca oía el agradable eco de las últimas palabras mencionadas con ternura y afecto por sus familiares: “Hermana nuestra, sé madre de millares de millares y posean tus descendientes la puerta de sus enemigos”. (Gen. 24:60)

Dice el relato que mientras el joven Isaac aguardaba la llegada de aquella que habría de ser su esposa, oraba a Dios pidiéndole la bendición sobre su unión.

Debe haber oración constante y seria reflexión de parte de los que piensan en casarse. Desgraciadamente, muchos contemplan hoy la experiencia matrimonial de manera liviana y frívola. El casamiento pasó a ser un ensayo transitorio, un experimento irresponsable, una aventura inconsecuente. Como resultado, vemos una generación hedonista diluirse moralmente. El adulterio se transformó en un episodio rutinario. Hijos huérfanos de padres vivos, desorientados, se rebelan contra el principio de autoridad, y la paganización de las costumbres se generaliza.

“La mayoría de los matrimonios de nuestra época y la forma en que se los realiza, hacen de ellos una de las señales de los últimos días. Los hombres y las mujeres son tan persistentes, tan terco que Dios es dejado fuera”.

El hogar de Isaac y Rebeca no fue perfecto. A veces, la paz y la armonía fueron perturbadas por los errores y las incomprensiones propias de la naturaleza humana. Pero sus fallas y deficiencias siempre se escondieron bajo el diáfano manto del amor.

¡Que nuestros hogares sean rincones benditos, donde se centren nuestros más caros afectos y nuestros deseos mas suspirados se cristalicen!

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