jueves, 4 de junio de 2009

ÉL… ÉL… ÉL

Acuérdate de Jesucristo, del linaje de David, resucitado de los muertos conforme a mi evangelio (2 Timoteo 2:8)

Por Víctor Cruz

La exhortación de Israel, que recibió de Dios tantas evidencias de su amor, lo olvidó melancólicamente. La nación vio, con asombro, la manera poderosa como el señor dividió el Mar Rojo. Fue diariamente testigo, de la milagrosa provisión del maná. Contempló, sorprendido, como el agua fresca fluía de la roca después del toque de Moisés. Seria larga la lista de las poderosas operaciones de Dios a favor de su pueblo. Y no obstante, olvidándose de Dios, se inclinó a los imponentes dioses del paganismo. ¡Qué débil es el poder de la memoria!

La fe que llevó a David a vencer, con el auxilio de Dios, al gigante Goliat, se había alimentado con el recuerdo de cómo Dios lo había ayudado a vencer al león y al oso. Algunos creyentes tienen memoria muy corta. Alguien dijo, con mucho acierto, que escribimos los beneficios del Señor en la arena pero grabamos las injurias en mármol y nuestras aflicciones en bronce.

Para que no nos olvidáramos de Cristo y de su muerte en la cruz fue instituído el ritual de la Santa Cena. “Haced esto en memoria de mi” dijo el señor. Pero aún con esta ceremonia la iglesia olvida a menudo a Jesús, absorta con cosas que no son esenciales.

S. D. Gordon contaba la historia de una devota anciana que sabía de memoria extensas porciones de las Escrituras y que, en el crepúsculo de su vida, se alegraba repitiendo en su merecedora los versículos preferidos. Poco a poco su memoria comenzó a fallar, hasta que por fin no podía recordar nada, excepto la ultima parte del versículo: “yo sé a quién he creído y estoy seguro que es poderoso para guardar mi depósito…” (2Tim. 1:12). La marcha irreversible del tiempo la hacía olvidar del resto del texto. Y finalmente, casi en un susurro, repetía apenas: “…es poderoso…”

En los momentos finales de su vida, ya en la agonía de la muerte, sus amados observaron que se esforzaba por hablar. Acercándose, escucharon sus últimas palabras: “Él, él, él”. Había olvidado todas las porciones de la Biblia que había memorizado, excepto una palabra. En el nombre ÉL encontró una síntesis de la Biblia.

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