En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo
(Juan 16:33)
Por Víctor Cruz
Un hombre plantó un rosal en su jardín. La etiqueta decía que el rosal produciría rosas amarillas. Pero durante dos años no produjo una sola flor. Entonces preguntó a un florista por qué la planta no había producido las rosas esperadas. Y añadió:
— Cultivé cuidadosamente este rosal, fertilicé la tierra a su alrededor y lo regué constantemente, pero durante estos dos años no vi ni un solo capullo. ¿Por qué?
— La razón es la siguiente – respondió el especialista –: esta especie de rosal requiere un suelo pobre. Suelo arenoso, de preferencia y ningún tipo de fertilizante. Sustituya el suelo abonado por tierra pedregosa. Corte drásticamente las ramas. Solo entonces el rosal florecerá.
El hombre siguió las instrucciones dadas y no tardó en surgir los primero pimpollos, que se abrieron en lindas rosas, otorgándole al jardín una inusitada belleza.
Hay muchos que presentan en su vida una experiencia semejante a las rosas amarillas. La belleza y fragancia que irradian proceden de una persona quebrantada, apesadumbrada por la desventura.
Esa fue la experiencia de Joseph Scriven, nacido en Irlanda en 1820. Su vida se caracterizó por una sucesión de tragedias. La víspera de su casamiento, su novia murió ahogada. Más tarde, otro infausto acontecimiento quebrantó su corazón: conoció a Elisa Roche y se transformaron en novios, pero antes de celebrar las nupcias ella enfermó y falleció.
Después la madre le escribió, afligida, comunicándole que estaba gravemente enferma. Entonces, derramado su corazón afligido delante de Dios, escribió el conocido himno:
¡Oh, que amigo no es Cristo!
El sintió nuestra aflicción
y nos manda que llevemos
todo a Dios en oración.
¿Vive el hombre desprovisto
de consuelo y protección?
Es porque no tiene dicho
todo a Dios en oración
El sintió nuestra aflicción
y nos manda que llevemos
todo a Dios en oración.
¿Vive el hombre desprovisto
de consuelo y protección?
Es porque no tiene dicho
todo a Dios en oración
Joseph Scriven fue un ser abatido por la tragedia. Pero, como rosa amarilla, de su aflicción sacó inspiración para cantar su confianza en el Señor y en sus promesas.
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