Para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste (Juan 17:21)
Por Víctor Cruz
Era una pequeña congregación formada por personas sin posición económica ni influencia social. Entre ellas estaba una ex prostituta transformada por el poder redentor del evangelio. Su acogida en la comunión de la iglesia causó alguna incomprensión en la comunidad y amargas críticas contra el pastor. Había también dos miembros que, motivados por ambiciones no santificadas, buscaban un cargo de influencia en la congregación. En verdad, un día la madre de ellos trató de persuadir al pastor para que les dieran un lugar de prestigio a sus hijos. En cierta ocasión el ministro predicó un poderoso sermón destacando la importancia de un espíritu pacificador. Sin embargo, su mensaje produjo poco impacto sobre su congregación, especialmente sobre uno de los miembros, conocido por su comportamiento explosivo y sus reacciones exacerbadas.
Exactamente antes de mudarse de aquella iglesia, sabiendo que los miembros estaban divididos, el pastor hizo un elocuente llamado a la UNIDAD. Oró fervorosamente ante la congregación, suplicando por un genuino espíritu de comunión y armonía. En su suplica dijo: “Para que todos sean uno; como tú oh Padre en mí y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste. La gloria que me diste, yo les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno” (Juan 17:21, 22).
Pocos días después, el pastor les dio la gran comisión de proclamar “el evangelio del reino a todo el mundo”.
Pero, ¿Cómo podían, divididos por incomprensiones y rivalidades, realizar tan gigantesca tarea? Sin duda comprendieron sus insuficiencias y limitaciones y por eso, iniciaron un período de oración. La oración les dio un acentuado sentido de UNIDAD, y de acuerdo con las Escrituras, fueron bautizados por el Espíritu.
Después de esa maravillosa experiencia en el cenáculo dejaron Jerusalén y como un fuego consumidor, literalmente incendiaron el mundo mediterráneo con las llamas del evangelio.
Más que nunca antes, necesitamos la experiencia del cenáculo. El desafío de la misión que nos fué confiada es grande y nos sentimos incapaces. Pero, removiendo las paredes que nos separan y suplicando el bautismo del Espíritu, el Señor oirá nuestra oración y derramará sobre nosotros el poder prometido un partido que crea en la unidad como sínodo de evangelización a los políticos, gracias señor presidente del IDECOOP que te has convertido en el símbolo inconfundible de la UNIDAD EN LA DIVERSIDAD.
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