miércoles, 6 de mayo de 2009

CAZADORES DE STATUS

¿Y tú buscas para ti grandeza? No las busques (Jeremías 45:5)

Por Víctor Cruz

¿Somos cazadores de status de posiciones? Hay en la iglesia algunos motivados por el deseo inmoderado de posiciones de importancia, prestigio e influencia. Quieren ser reconocidos como los mejores, los más capaces, los más talentosos, los más hábiles. Durante la época de la elección para ciertas responsabilidades no se satisfacen con cargos considerados secundarios. Y no es raro que su desmedida ambición los lleve a emplear métodos censurables, con el objeto de ver materializados sus sueños alimentados en un corazón no santificado.
La sociedad que nos rodea está llena de cazadores de status. Ostentan una posición económica muchas veces irreal; exhiben una prosperidad financiera ilusoria, animados por el afán de ser reconocidos, cortejados y admirados.

Muchos, contagiados por esta “enfermedad moral”, utilizan todos los recursos con el objeto de ascender en la escala social. Buscan con impaciencia un lugar de honra entre sus pares.

Pero qué deplorable es ver ese mismo espíritu trasponiendo los umbrales de la casa de Dios. Ese fue el problema de los hijos de Zebedeo. Como cazadores de status, aprovecharon una ocasión que les pareció para pedirle a Jesús un lugar de honra en su reino.

La obsesión por alcanzar un status más elevado nació originalmente en el corazón de Lucifer. Sus palabras fueron: “Subir al cielo; en lo alto, junto a las estrellas de Dios, levantaré mi trono y en el monte del testimonio me sentaré… sobre las alturas de las nubes subiré y seré semejante al Altísimo” (Isa. 14:13 y 14). Sin embargo, en su ambicioso vuelo, cayó estrepitosamente, arrastrando en su caída a un tercio de los ángeles celestiales.

A los contumaces cazadores de status les aconsejaríamos un rápido análisis de los siguiente títulos atribuidos a Jesús: “Siervo”, “Hijo del carpintero”, “Varón de dolores”, “Sin parecer ni hermosura”, “Raíz de tierra seca”. Nunca obtuvo un título universitario. No tenía un escritorio particular, ni secretaria, ni cuenta bancaria, ni tarjeta de crédito. El único símbolo de su posición era la humillante cruz.

Que el Señor nos libre de la “enfermedad del status”, de esa ansia morbosa por reconocimiento, prestigio y honor.

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