viernes, 29 de mayo de 2009

MADRES

¿Se olvidará la mujer de lo que dio a luz…? Aunque olvide ella, yo nunca me olvidaré de ti
(Isaías 49:15)

Por Víctor Cruz

Ana, joven cristiana, sufrió un terrible y casi insoportable trauma con el fallecimiento prematuro de su querida madre. Al verla afligida por la pérdida irreparable, sus amigas que compartían con ella el mismo ideal cristiano decidieron hacer algo con el objeto de atenuar su inmenso dolor. Organizaron un programa especial en la iglesia, en homenaje a su llorada madre. Pero antes consultaron a Ana, para saber si aceptaría tal homenaje. Ana acepto con la condición de que el homenaje se extendiera a todas las madres, muertas y vivas.

Sus amigas aceptaron la idea y el homenaje se realizó en un programa simple e íntimo. Al año siguiente, ante los buenos resultado obtenidos en el primer programa fue rendido un nuevo homenaje a las madres. La idea fue copiada por otras iglesias. Y finalmente el 10 de mayo del 1913 el Congreso Norteamericano aprobó una ley consagrando el segundo domingo de mayo como Día de las Madres (fecha adoptada por algunos países; en otros se celebra en octubre).

¡Cuán justo es este homenaje! Cuando el profeta Isaías trató de definir el amor de Dios y su desvelo y cuidado para con los seres que él creó, solo encontró una analogía: el amor de las madres. Dice el señor a través del profeta: “¿Se olvidará la mujer de lo que dio a luz, para dejar de compadecerse del hijo de su vientre? Aunque olvide ella, yo nunca me olvidaré de ti. He aquí que en las palmas de las manos te tengo esculpida” (Isa. 49:15, 16).

Aunque fallara el inmenso amor de madre, lo que tan raramente ocurre, jamás fallaría el amor de Dios, “que excede a todo entendimiento”.

Escribió Humberto Senna: “¡Madre! ¡Cuánta bondad y grandeza encierra tu nombre! ¡Sublime! ¡Majestuoso! ¡Virtuoso y casto! Pensé en donarte un poema pero es tan extenso tu merito que, por más que quisiera, no podría definirlo. Siempre pensando en ti, veo en mi mano tu sagrada M., y con ella la comprensión de tu poderoso amor”.

El extraordinario amor de madre nos ayuda a comprender pálidamente la elocuente expresión del profeta al describir el amor de Dios por nosotros: “En las palmas de las manos te tengo esculpida”.

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