Mas el justo vivirá por la fe y si retrocediere, no agradará a mi alma (Hebreos 1038)
Por Víctor Cruz
Los diarios traen con frecuencia noticias escandalosas sobre personas respetables involucradas en actos ilícitos. Personas de buena reputación, que seducidas por el sueño de las ganancias fáciles o por las atracciones voluptuosas de la carne, se metieron en problemas y acabaron en el descrédito. Los vemos resbalando en el tobogán de la ruina moral. Fascinados por los encantos del pecado, rehúsan aceptar cualquier advertencia o exhortación.
Este triste descenso se reviste de características más trágicas cuando se manifiesta en la experiencia religiosa. Comienza con el descuido de la comunión con Dios. La lectura de la Biblia se trasforma en un ejercicio monótono. El tiempo para la oración es descuidado. La comunión con los creyentes en el culto corporativo pierde su atractivo. La atracción del pecado se hace irresistible, llevando al individuo lejos de Dios.
Hace mucho, en Camerún, un joven nativo fue a una escuela espiritual. Estudió, terminó su curso y fue bautizado. Después del bautismo en la iglesia le entregaron el certificado bautismal con el siguiente versículo, escrito por el director: “Sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida” (Apocalipsis 2:10).
Ingresó en el colportaje y obtuvo gran éxito. Se enamoró entonces de una atrayente joven, no cristiana y pronto se sintió involucrado en un crucial dilema. Categórico, el padre del joven declaró que no daría su hija en casamiento a menos que abandonara sus creencias cristianas. Una intensa batalla se trabó en su corazón y fue, finalmente, vencido por el enemigo. Abandonó su fe y se casó con la joven que tanto amaba. Pasaron los años, pero Él no tenia tranquilidad de espíritu. Con infinita ternura, el Espíritu de Dios le hablaba, recordándole las cosas que había aprendido. En cierta ocasión, cuando examinaba un viejo baúl, encontró su certificado bautismal. Perturbado, leyó la fecha y las palabras escritas: “Se fiel hasta la muerte”. El Espíritu Santo le tocó el corazón y le contó a su esposa las angustias que pesaban en su interior. Confesando su arrepentimiento, juntamente con su esposa, dedicó su vida nuevamente al Señor.
Las bendiciones y alegrías de la salvación jamás serán disfrutadas por aquellos que recorren los caminos de la rebelión contra Dios y su palabra.
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