Porque las cosas que se escribieron antes, para nuestra enseñanza se escribieron a fin de que por la paciencia y consolación de las Escrituras, tengamos esperanza (Romanos 15:4)
Por Víctor Cruz
El redactor de un prestigioso diario hizo una encuesta entre cien personas de renombre social, miembros del parlamento, profesores universitarios, escritores, comerciantes, etc. Invitándolos a responder la siguiente pregunta: “Si tuviera que pasar un periodo de tres años en una cárcel y pudiera llevar solamente tres libros, ¿Qué libros llevaría?
Pocos de entre los consultados eran religiosos. Algunos eran agnósticos y ateos. Sin embargo, 98 colocaron el mismo libro en primer lugar: ¡La Biblia! Evidentemente, sabían que ningún otro libro podría darles el consuelo en los momentos de angustias.
“Porque las cosas que se escribieron antes, para nuestra enseñanza se escribieron, a fin de que por la paciencia y la consolación de las Escrituras, tengamos esperanza” ¡Cuantas veces, en las horas amargas de la vida, encontramos consuelo y paz en el Libro Santo! ¡Cuántas veces, cuando las nubes oscuras cubren el cielo, en las Escrituras alimentamos nuestro espíritu!
Un anciano capitán, veterano de guerra y ya en el fin de sus días, fue llevado al hospital militar. Su estado físico inspiraba cuidados. Era un hombre escéptico. Nunca había asistido en su vida a un servicio religioso. Un oficial superior lo visitó, llevándole un ejemplar de las Escrituras. Pero el encanecido capitán no creía en su mensaje. El oficial, sin embargo, insistió en que leyera y subrayara con lápiz rojo las afirmaciones que pudiera creer.
El anciano capitán preguntó: ¿Y por donde debo comenzar? El oficial le sugirió que comenzara con el Evangelio de Juan. Así que comenzó a leer y habiendo terminado el primer capítulo. No subrayó ningún versículo. Leyó hasta el decimoquinto versículo del tercer capítulo, pero no marcó ningún texto. Pero cuando leyó el versículo dieciséis, lo subrayó.
Pasados algunos días el oficial volvió a visitarlo. Pero la cama estaba vacía. Sobre el lecho que el capitán había ocupado encontró un ancla de cartón, con una sentencia escrita en letras rojas: “Lancé mi ancla en el puerto de salvación”
El capitán murió con la Biblia con muchos versículos subrayados. En sus páginas inspiradas había encontrado el consuelo necesario para vivir la puesta del sol de su existencia.
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