No dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre… tanto más, cuanto veis que aquel día se acerca (Hebreos 10:25)
Por Víctor Cruz
Algunos se excluyen de las bendiciones de los cultos celebrados en la iglesia. Utilizando argumentos rebuscados, pretenden recibir la renovación espiritual apartados de la comunión de los santos.
Cierta vez un joven le preguntó a Billy Sunday:
– ¿Puede alguien alcanzar el cielo sin ir a la iglesia?
– Sí, alguien podría nadar sobre el Atlántico para ir a Europa pero mostraría más sensatez si tomara un barco.
El riesgo de atravesar el Atlántico a nado es tan grande como el riesgo de vivir una vida cristiana fuera de la comunión de la iglesia. La tensión que nos oprime diariamente en nuestras labores tiende a debilitarnos espiritualmente. ¡Necesitamos, principalmente el calor de la fraternidad cristiana y de la participación en los ejercicios religiosos! ¡Cuán eficaz es la renovación que se deriva de la oración, los himnos, la lectura y la predicación!
Cierta vez un hermano negligente le dijo a otro cristiano con ciertas responsabilidades en la iglesia, lo siguiente explicando por qué no iba a los cultos:
– Sé que usted predica muy bien y el templo ejerce cierta atracción sobre mi persona, pero no deseo formar parte de su iglesia porque conozco a varias personas que se dicen creyentes y sin embargo, cometen muchas faltas. Por lo que se refiere a mí, seguiré buscando hasta que encuentre una iglesia perfecta.
– Amigo – le respondió el otro hermano –, continúe su búsqueda, pero cuando la encuentre, no forme parte de ella, ¿oyó?
– ¿Por qué?
– Porque si usted llegara a pertenecer a tal iglesia, ella dejaría de ser perfecta… ¿Por qué, pues arruinarla?
¿Nos excluiremos de las bendiciones de la adoración simplemente porque existen debilidades y defectos entre el pueblo de Dios? Respirando la atmosfera de la fraternidad cristiana y participando de los actos de adoración celebrados en el santuario, renovamos el vigor físico, moral y espiritual.
“Para la persona humilde y creyente, la casa de Dios en la tierra es la puerta del cielo. El canto de alabanza, la oración, las palabras pronunciadas por los representantes de Cristo, son los agentes designados por Dios para preparar un pueblo… para aquel culto más sublime, en el que no podrá entrar nada que corrompa”.
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