Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo (Salmo 23:4)
Por Víctor Cruz
El miedo a morir es natural en el hombre, especialmente cuando se está en la primavera de la vida. Y aun los que no sufren ese temor, a veces se sienten deprimidos ante la posibilidad de un eventual encuentro con la muerte, trayendo en sus manos frías el pasaporte negro para el viaje al mundo del silencio.
Ese temor se intensifica, a veces, por causa de la expectativa de ciertas enfermedades que, generalmente, preceden a la muerte; otras veces por la inseguridad de la salvación.
Cuando el filosofo y celebre agnóstico David Hume se dio cuenta de la proximidad de la muerte, declaró angustiado: “Me siento atemorizado y confuso al ver a qué abismo me llevó mi pensamiento filosófico. ¿Dónde estoy? ¿Quién soy? ¿Adónde voy?... Comienzo a percibir que me encuentro… rodeado por tinieblas impenetrables”.
Sin embargo, el hombre de fe vive una experiencia diametralmente opuesta. No teme a la muerte, porque sabe que esta vida es solamente el vestíbulo para el glorioso mañana. No teme a la tumba, porque tiene la certeza de que no fue creado apenas para el tiempo, sino para la eternidad. Con radiante confianza acompaña al cantor de Israel en su inspirado cántico: “Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo”.
Los que desean disfrutar la paz de espíritu deben aprender a erradicar el temor, con la seguridad de que nuestra vida está escondida en las manos poderosas del creador. “Porque en él vivimos, y nos movemos, y somos” (Hechos 17:28).
Cierta niña, que vivía cerca del cementerio, para ir al almacén acortaba el camino pasando por dentro del cementerio. Iba y volvía sin temor, caminando entre las tumbas. A pesar de que a veces tenía que volver al anochecer, jamás sintió temor al pasar por allí. Un día alguien le preguntó:
– ¿No tienes miedo de pasar por el cementerio?
– Oh, no – respondió ella – Mi casa queda justo del otro lado.
Los que creen en Cristo no temen pasar por el “valle de sombra de muerte”, pues del otro lado de la tumba está la resurrección y el hogar celestial, donde, “ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor” (Rev. 21:4).
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