miércoles, 2 de septiembre de 2009

ANDAR CON DIOS

Caminó, pues, Enoc con Dios y desapareció, porque le llevó Dios
(Génesis 5:24)

Por Víctor Cruz

Entre los 1,189 capítulos de la Biblia, el Capitulo 5 de Génesis figura como la porción más árida y monótona de las Escrituras. En él se repiten con enfadosa frecuencia los verbos vivir, engendrar y morir.
Pero la cansadora monotonía que resulta de la repetición constante de esos verbos queda interrumpida en forma abrupta en los versículos 21 al 24. “Y vivió Enoc… y engendro”, y las campanas no doblaron con los acordes de la muerte. El versículo 24 es considerado como un glorioso “arco de triunfo” entre las vetustas tumbas de los patriarcas mencionados en este capítulo.
“Y caminó Enoc con Dios…” En ésta simple declaración palpita la idea de un Dios que no es apenas un mero sentimiento o una simple influencia, sino una persona.
En efecto, para Enoc, Dios no era una vaga influencia, un sentimiento místico o una abstracción filosófica. Para él, Dios era una experiencia consoladora, tangible y real.
Algunos teólogos modernos, heraldos de una teología radical, la teología de la desesperanza, que pretende eliminar del cristianismo todo elemento sobrenatural, han llegado a un extremo sorprendente al decir: “Dios murió”.

Thomas Alitzer, profesor de Teología de la Universidad Protestante Emory, en Atlanta, Estados Unidos, hace la siguiente declaración: “Debemos reconocer que la muerte de Dios es un hecho histórico. Dios murió en nuestro tiempo, en nuestra historia, en nuestra existencia”.

Con Alitzer, centenas de otras voces proclaman desde los pulpitos y las cátedras, la sombría necrología de la Deidad, la muerte de Dios. Pero sabemos que Dios vive. ¡Él es un Dios eterno! Él nos oye, nos ve y nos acompaña a cada paso de nuestra existencia si, como Enoc, escogemos andar con él.

“Y caminó Enoc con Dios…” Para él, Dios no fue un mito, una fantasía o una obsesión mística, sino una realidad viva.

El hombre fue creado a imagen de Dios, y siente la necesidad de su presencia. Sin él sufrimos el “vacío existencial”. Sin Dios, caminamos a la deriva, frustrados, angustiados y afligidos.

A semejanza de Enoc, en compañía del Señor encontramos gozo, paz y consuelo.

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