martes, 22 de septiembre de 2009

LAS OBRAS PERMANECEN

Y muerto, aún habla
(Hebreos 11:4)

Por Víctor Cruz

Nuestro texto no dice que Abel aparecería después de su muerte para comunicarse con los vivos. La Biblia no acepta la teología popular que habla de espíritus desencarnados o almas de otro mundo en actividad consciente. Claro que hoy, gracias a los recursos electrónicos, podemos oír voces de personas fallecidas, grabadas mientras Vivian. Pero, evidentemente, el autor inspirado no se refiere a eso cuando dice que Abel, “muerto, aún habla”.

Abel y Caín levantaron un altar y cada uno llevó su ofrenda al Señor. Ambos conocían el plan de Dios para salvar al pecador. Sabían que el Señor no tiene placer que la vida del pecado del impío, y que, en su insondable amor, concibió que la vida del pecador fuese redimida por otra vida, propiciando así al transgresor la oportunidad de vivir. Pero, a pesar de estar familiarizado con el principio de la vida sustitutiva, Caín trajo como ofrenda productos agrícolas, los cuales que representaban su propio sudor. Abel, sin embargo, no confió en sus propios esfuerzos. Sabiendo que “sin derramamiento de sangre no se hace remisión” (Heb. 9:22), trajo el primogénito de su rebano para ofrecerlo en holocausto al Señor.

Caín y Abel representan dos clases de personas: Los que aceptan el plan de salvación que el evangelio ofrece y los que prefieren confiar en sus propios esfuerzos para alcanzar el favor divino.

Por la fe Abel confió en los meritos de Jesús, y por eso su ofrenda fue aceptada por Dios. El sacrificio de Caín, sin embargo, fue rechazado. Entonces, airado, con el veneno de la envidia circulando en su corriente sanguínea, mató a su hermano.

Pero, a pesar de muerto, Abel todavía habla. Habla en la voz clara y convincente de las Escrituras; habla reprobando el legalismo de los que buscan la salvación por las obras; habla estigmatizando la envidia, fulminando la perfidia y reprobando el homicidio. Habla con elocuencia sobre la importancia y eficacia de la sangre de Cristo en la obra redentora. Pero, por sobre todo, habla a través del admirable ejemplo de fe que legó a la historia.

El hombre pasa, pero sus obras permanecen. Abel murió. El polvo de los siglos cubrió todos los resquicios materiales de su vida. Pero ahí permanecen imborrables los rastros luminosos de su jornada. Y a través de los siglos repercute el eco resonante de su voz.

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