Cuando las vasijas estuvieron llenas, dijo a un hijo suyo: Tráeme aun otras vasijas. Y él dijo: No hay más vasijas. Entonces cesó el aceite (2 Reyes 4:6)
Por Víctor Cruz
Uno de los “hijos de los profetas murió”, dejando una viuda y dos hijos menores. Ella se encontraba en angustia económica. Los acreedores, de acuerdo con la Ley, estaban listos para tomar a sus dos hijos y someterlos como esclavos. En su angustia mandó llamar al “hombre de Dios”, y le contó su triste historia.
El profeta Eliseo le dijo: “¿Qué tienes en tu casa?” Y ella, desventurada y afligida, le respondió: “No tengo nada. Tengo apenas una botija de aceite”. El profeta le dijo que sus hijos pidieran a los vecinos vasijas prestadas. Juntaron todas las vasijas disponibles. Luego cerraron la puerta, y a medida que los hijos llevaban los recipientes a su madre, ella los llenaba con el aceite de la botija. Finalmente, uno de los hijos le dijo a la madre: “No hay más vasijas”, y “entonces cesó el aceite”.
En efecto llegó el momento en que el aceite dejo de correr, no porque la fuente se hubiera agotado, sino porque faltó capacidad para recibir, y almacenar el aceite que salía de la botija.
La lección aquí, es que Dios desea derramar sobre nosotros su Espíritu en forma limitada, que está dispuesto a llenarnos con el aceite de los cielos. La fuente es inagotable. El aceite no faltará mientras haya capacidad receptora. Pero, tres realidades queremos destacar al hablar del milagro del aceite de la botija:
1) La viuda manifestó una gran necesidad: “Tu sierva ninguna cosa tiene”, declaró angustiada. Cuando admitimos nuestra indigencia espiritual, el Señor comienza a operar el milagro. ¿Por qué no somos llenados con el Espíritu? Porque no tenemos hambre de Dios.
2) La viuda se inspiró en una gran confianza. Estaba segura de que si consiguiese hablar con “el hombre de Dios”, el milagro se operaria. Y entonces preguntamos: “¿Por qué no vemos hoy el milagro del Espíritu Santo siendo derramado en forma limitada?”
3) La viuda obedeció. Siguió las instrucciones del profeta. Mandó a buscar vasijas, cerró la puerta y el milagro se materializó. Hudson Taylor afirmó: “Dios da su Espíritu, no a los que lo anhelan, ni a los que oran por él, sino a los que desean su plenitud”.
Llevándole nuestra vasija vacía, él la llenará.
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