viernes, 25 de septiembre de 2009

EL VIRUS DE LA ENVIDIA

No nos hagamos vanagloriosos, irritándonos unos a otros, enviándonos unos a otros
(Gálatas 5:26)

Por Víctor Cruz

Un sapo, despreocupado, croaba orgulloso en medio del pantano cuando vio una luciérnaga, con su cintilante luz, encima de una piedra. Torturado por la envidia, y creyendo que nadie podía hacer lo que él no podía, dio un salto inesperado y cubrió con su cuerpo a la solitaria luciérnaga, la que sintiéndose oprimida, preguntó: “¿Por qué me tapas con tu cuerpo?” La embarazosa pregunta provocó la lacónica respuesta: “Porque brillas”.


Esta fabula resume la psicología del envidioso. El ser corroído por la envidia solo tiene una preocupación: impedir que otros sean más brillantes que ellos.

Jesucristo sufrió la constante oposición de los envidiosos dirigentes religiosos de su tiempo, que no veían con simpatía su creciente popularidad. Por eso lo molestaban con frecuentes preguntas capciosas, pues el objetivo era opacar el fulgor de sus mensajes. Sin embargo, la autoridad con que Cristo les respondía a los fariseos y los hacía callarse.

Cuando el virus de la tuberculosis mina el organismo, se toman urgentes medidas para vencer la enfermedad. Por otra parte, también se gastan sumas millonarias con el objeto de descubrir un antídoto eficaz contra el cáncer. No obstante, se hace poco para erradicar esta terrible enfermedad espiritual: la envidia.

La envidia llevo a al ángel que es conocido por Satanás a rebelarse contra Dios. Envidiaba la posición del Altísimo; quería igualarse con la Deidad y “subir a lo alto, junto a las estrellas de Dios”. El veneno de la envidia llevo a los dirigentes religiosos a maquinar la muerte de Jesús. Marcos escribió: “Porque conocía que por envidia le habían entregado los principales sacerdotes” (Mar. 15:10).

Muchos, perplejos, preguntan: “¿Cómo puedo librarme de la acción destructiva de este pecado?” El apóstol Pablo, que eventualmente aconsejó a los fieles a huir de la envidia, en un periodo sombrío de su vida estuvo bajo su dominio. Con el corazón ardiendo de envidia por el éxito de la iglesia cristiana, Saulo impulsó contra los seguidores de Cristo una implacable persecución. Pero el memorable encuentro con Jesús en el camino a Damasco lo llevó, contrito, a triunfar sobre el poder de la envidia.

Entregándonos sin reservar a Jesús lograremos el poder indispensable para librarnos de su dominio.

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