jueves, 10 de septiembre de 2009

EL VALOR DE LA HONESTIDAD

Procurando hacer las cosas honradamente, no solo delante del Señor sino también delante de los hombres
(2 Corintios 8:21)

Por Víctor Cruz

La carta más singular enviada al Jefe del Ejecutivo de los Estados Unidos fue escrita al presidente Stephen Grover Cleverland (1837-1908), en el mes de septiembre del 1895, por parte de una joven cristiana:

“Señor presidente: me siento perplejada y me atrevo a escribirle sobre la situación que me aflige. Hace dos años, si me acuerdo bien, usé dos sellos de correos que ya habían sido utilizados; puede ser que haya usado otros, pero solo me acuerdo de esos dos. Ignoraba, hasta hace pocos días, que eso fuese un acto deshonesto. Tengo ahora mi mente confusa, y pienso en este delito de día y de noche. Señor Presidente, perdóneme y prometo no volver nunca más a cometer esa falta. Junto a estas líneas encontrara el valor de tres sellos y vuelvo a suplicarle que me perdone. Yo era una niñita de trece años cuando cometí este error, pero eso no me excluye de la culpa que ahora me perturba. Respetuosamente, (firma).”

El mal de la deshonestidad invade todos los círculos profesionales, infiltrando la sociedad como un todo. Abogados sin escrúpulos falsifican la verdad en un esfuerzo por librar de las penas de ley a los bandidos. Médicos sin ética, animados por sentimientos inconfesables, realizan operaciones quirúrgicas innecesarias. Banqueros deshonestos se valen de especulaciones fraudulentas para ampliar su patrimonio individual. Comerciantes corruptos falsifican los precios, las pesas y las medidas. Los escándalos en el mundo deportivo se hacen más frecuentes, y jueces y atletas se dejan sobornar. Los policías y los bandidos se confunden en el submundo de las drogas. En una reciente investigación hecha en una universidad se descubrió que el 70% de los estudiantes reconoció que había sido deshonesto por lo menos una vez durante sus actividades universitarias.

¿Cuál es la causa de tanta deshonestidad? “La honestidad pública y particular, declaró Russel Kirk, es producida, en parte, por convicciones religiosas… Cuando la disciplina religiosa entra en decadencia… el hombre se inclina naturalmente a la deshonestidad, al fraude y al engaño”.

“Todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre… en esto pensad” (Fil. 4:8) y practicad hoy y siempre, con la gracia de Dios.

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