viernes, 18 de diciembre de 2009

ACEPTAR Y PERMANECER

Todo lo puedo en Cristo que me fortalece (Filipenses 4:13).

Por Víctor Cruz


Era una reunión de testimonios. El Espíritu Santo se hacia presente de manera indiscutible. Entre lágrimas, algunos hablan de las bendiciones recibidas y otros confesaban sus transgresiones, negligencias y apatía espiritual, al mismo tiempo que renovaban su disposición a inaugurar una nueva experiencia en Cristo.

Estaba presente un joven que parecía estar sumergido en su pequeño mundo de perplejidades y angustias. Parecía vacilar entre levantarse y dar su testimonio o permanecer sentado, inmenso en sus propias incertidumbres y agonía. Finalmente, dominado por el temor, se levantó reflejando en el rostro la tristeza propia de sus fracasos, y sintetizó en dos palabras su dramático testimonio: “¡Necesito fuerzas!”

Esa debería ser nuestra constante suplica: “¡Señor, necesito fuerzas!” Fuerzas para vencer las tendencias pecaminosas, heredadas o cultivadas. Fuerzas para vivir victoriosamente cada momento.

Hay muchos que preguntan perplejos: ¿Por qué, a pesar de nuestro amor por Cristo y nuestra disposición a seguirlo, sentimos frecuentemente la sensación de fracaso y de derrota en la lucha contra el pecado? ¿Cuál es la razón para que incluso cristianos piadosos confiesen a menudo sus tristezas y pesares, ante pecados habituales tales como la soberbia, la impaciencia, la intolerancia, el espíritu critico? Predicamos acerca del poder del Salvador, para “salvar a su pueblo de sus pecados”, y no obstante reconocemos que, en lo que nos toca a nosotros, su poder es insuficiente.

Algunos llegan a la conclusión, de que vivir habitualmente en el pecado constituye para el hombre una contingencia inevitable, y que solo algunas personas pueden alcanzar ese elevado ideal.

Pero, tales conclusiones no son bíblicas. La palabra enseña que la vida victoriosa sobre el pecado es algo que se nos promete aquí y ahora. Lo que necesitamos aprender es el glorioso secreto de no solamente aceptar a Jesús como nuestro Salvador personal, sino, sobre todo de permanecer en él.

“Sin una relación vital con Dios por nuestra entrega a él momento tras momento, seremos vencidos. Sin un conocimiento personal de Cristo… estamos a merced del enemigo, y al fin haremos lo que nos ordene”.

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