lunes, 7 de diciembre de 2009

LA PALABRA SE HIZO CARNE Y HABITÓ ENTRE NOSOTROS

CARTA AL PUEBLO DE DIOS

“La palabra de Dios hizo el cielo; el aliento de su boca sus ejércitos…, porque Él lo mandó y surgió” (Sal. 33, 6-9).

Por Víctor Cruz

Ningún tema es tan apropiado como éste al acercarnos a la solemne celebración de las fiestas de Navidad, en que los creyentes, celebramos el misterio del nacimiento del Dios hecho hombre.

El evangelista San Juan habla con originalidad de éste misterio, utilizando la expresión característica del “Verbo” o “Palabra”, conceptos que, en español, traducen solo parcialmente el significado pleno de la palabra griega “Logos”. El ambiente cultural en que se mueve el evangelista San Juan, es el judeo-helenico, muy influenciado por la tradición bíblico-judía acerca de la palabra de Dios y de la Sabiduría divina.

La palabra de Dios es creadora: “La palabra de Dios hizo el cielo; el aliento de su boca sus ejércitos…, porque Él lo mandó y surgió” (Sal. 33, 6-9). Es la palabra la que signios de Dios.

La escritura dedica análogas expresiones, a la Sabiduría divina. Esta es una realidad que existe desde siempre y para siempre: “Es un tiempo remotísimo fui formada antes de comenzar la tierra” (Pro. 8,23). Es la que hace todas las cosas, habita en el cielo y vive en la intimidad de Dios.

En el prologo del Evangelio de Juan y en algunos pasajes de Pablo, aparece claramente la identificación de la Palabra, y de la Sabiduría divina con Jesucristo, revelador del Padre, Sabiduría de Dios, Verbo eterno que dirigió la creación y conduce la historia hacia su meta. El es el Logos. Hijo preexistente y eterno del Padre, participe de la gloria de su amor y de su vida, Dios Él mismo.

En la presentación que el evangelista San Juan, hace del “Logos” o la “Palabra” distingue tres fases:

· La primera, su preexistencia en que se habla de la identificación de la “Palabra” de Dios y se le presenta como creador de todas las cosas.

· En la segunda fase destaca su entrada en el mundo de los hombres para ser luz de que viene a iluminar y salvar.

· La tercera fase es la encarnación: “Y la palabra (Logos) se hizo carne y acampó entre nosotros y hemos contemplada su gloria”. Es el punto culminante. Se nos habla de la paradoja increíble de que: “el Logos eterno se haga hombre”. Acontecimiento único y casi increíble. Se hace hombre para ofrecer al hombre y llegar a ser hijo de Dios.

Las comunidades cristianas de ambiente helénico, al expresar con el vocablo Logos el misterio de Cristo, corrieron el riesgo de ver en Jesús solamente una aparición de lo divino y no al hombre Jesucristo. Este riesgo se vio confirmado con la aparición de las primeras herejías que negaron la humanidad de Jesús.

San Juan parece intuir este riesgo, y por eso destaca con mucha claridad, la humanidad de Cristo su “carne”. El Logos, no es algo que está en el hombre Jesús, sino, que es el mismo hombre, Jesús de Nazaret, que vivió en unos años concretos y en unos lugares determinados de palestina.

Esta identidad entre el Logos, que trasciende todas las cosas, y Jesús de Nazaret es lo que se plantea con toda claridad en el prologo de su Evangelio y que reitera de manera contundente en su primera carta que dice: “Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y palparon nuestras: manos: la Palabra de la vida…. Eso que hemos visto y oído os lo anunciamos, para que estéis unidos con nosotros en esa unión que tenemos con el Padre y con su Hijo Jesucristo. Os escribimos esto, para que vuestra alegría sea completa” (1 Jn. 1,1. 3-4)

Puesta ésta alegría de que nos habla el evangelista San Juan, debida a la Encarnación de Cristo, nos la recuerda y nos invita a gozar de ella el Papa San León Magno en su discurso sobre la Natividad del Señor:

“Hoy, queridos hermanos, ha nacido nuestro salvador; alegrémonos. No puede haber lugar para la tristeza cuando acaba de nacer la vida; la misma que acaba con el temor de la muerte y nos infunde la alegría de la eternidad prometida.

Nadie tiene por qué sentirse alejado de la participación de semejante gozo, a todos es común la razón para el júbilo; porque nuestro Señor, destructor del pecado y de la muerte, como no ha encontrado a nadie libre de culpa, ha venido para librarnos a todos. Alégrense el santo, puesto que se acerca la victoria; regocíjese el pecador, puesto que se le invita al perdón, anímese el pagano, ya que se llama a la vida.

Pues el hijo de Dios, al cumplirse la plenitud de los tiempos establecido ya por los inescrutables y supremos designios divinos, asumió la naturaleza del género humano para reconciliarla con su Creador, de modo que el demonio, autor de la muerte, se viera vencido por la misma naturaleza gracias a la cual había vencido…

Despojémonos por tanto, del hombre viejo con todas sus obras y, ya que hemos recibido la participación de la generación de Cristo, renunciemos a las obras de la carne. Reconoce, cristiano tu dignidad y puesto que las ha sido hecho participe de la naturaleza divina, no pienses en volver con un comportamiento indigno a las antiguas vilezas”.

Celebremos con espíritu las Fiestas de Navidad.

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