jueves, 3 de diciembre de 2009

Estando persuadido de… que el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionara hasta el día de Jesucristo (Filipenses 1:6).

Por Víctor Cruz

En la Biblia encontramos el relato de la segunda prisión de Pablo. Nerón descargaba toda la ira de su satánico corazón contra la iglesia. Miles de cristianos eran llevados constantemente, a las arenas de los anfiteatros de Roma, donde eran devorados por fieras hambrientas, ante millares de delirantes espectadores.

Pablo estaba en la prisión Mamertina, maniatado con pesadas cadenas, encanecido, debilitado por los sufrimientos de los arduos trabajos de su larga jornada. Sabía que se acercaba el día de su martirio. Sin embargo, empleando una ilustración paulina podemos decir que el hombre exterior se había gastado pero el interior estaba juvenecido, lleno de vigor espiritual.

En la soledad de aquel oscuro cubículo tomó la pluma por última vez, y escribió la segunda Epístola a Timoteo. En esta carta encontramos, en lenguaje elocuente, la seguridad que lo animaba, mientras aguardaba el martirio. “Porque yo sé a quién he creído, y estoy seguro que es poderoso para guardar mi depósito para aquel día” (2 Tim. 1:12). Terminaba gloriosamente su carrera, reafirmando su inquebrantable confianza en Cristo Jesús.

Cuando estaba en su primera prisión, escribió esta alentadora promesa: “Estando persuadido de… que él comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo”. Sí, el Señor había perfeccionado su obra salvadora en la vida de Pablo. Por eso, al sentir la sombra de la espada criminal del emperador, declaró sin sombra de duda: “He acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no solamente a mí, sino también a todos los que aman su venida” (2 Tim. 4: 7, 8).

Así terminó su extraordinaria carrera el gran apóstol, pleno de confianza en Dios y en su poder redentor.

El cristiano que se apoya en la experiencia de la conversión, y en la seguridad del perdón, irradia gozo, paz y confianza. Cuando esta certeza se debilita, el temor declina y el entusiasmo por las cosas de Dios decae.

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