Cuando el Hijo del Hombre venga… se sentará en su trono de gloria y serán reunidas delante de él todas las naciones (Mateo 25: 31, 32).
Por Víctor Cruz
A medida que se aproximaba el cumplimiento de los antiguos vaticinios relacionados con al primera venida, se intensificaba en la mente del pueblo hebreo la convicción de que en breve se manifestaría el Mesías, para restaurar el trono de David. Y cuando la poderosa voz de Juan el Bautista se hizo oír anunciando que el reino de Dios estaba próximo, se llenaron de gozo, vislumbrando lo esplendores del reino temporal.
Sin embargo, ellos tenían una comprensión correcta del propósito del primer advenimiento. Jesús vino a éste mundo y con su muerte y resurrección triunfo sobre el poder de sepultura, estableciendo con su victoria los fundamentos del reino de la gracia.
Pero, ¿quiénes son los que se pueden entrar en este reino? ¡Los pecadores! Si no fuesen pecadores no seria un reino de gracia. Cristo intercede desde su trono a favor de aquellos que suspiran por los privilegios de la gracia. Ningún merito los califica. Les queda solamente la muerte, como “salario del pecado”.
En uno de los más preciosos versículos de la Biblia, el apóstol Pablo menciona estas dos expresiones: gracia y gloria. “Justificados, pues por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo; por quien también tenemos entrada por la fe, a esta gracia en la cual estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios” (Rom. 5:1-2).
El inspirado autor subraya el hecho de que los que fueron alcanzados por la gracia se regocijan en la “esperanza de la gloria de Dios”. Suspiran, anhelan y esperan su completa restauración como hijos de Dios. Disfrutan en este mundo el reino de la gracia, pero con ferviente expectación aguardan la cristalización de su más caro sueño: el establecimiento del reino de la gloria.
Así como únicamente los pecadores contritos tienen acceso al reino de la gracia, solamente los que fueron lavados en la sangre de Jesús, tendrán entrada en el reino de la gloria.
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