martes, 1 de diciembre de 2009

CÁNTICO DE LA ALEGRÍA

Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez os digo: ¡Regocijaos! (Filipenses 4:4)

Por Víctor Cruz

Hacía cuatro (4) años, desde la última vez que los creyentes habían visto al apóstol. Se conmovieron al ver su rostro envejecido, las marcas de las aflicciones. Satanás lo había atacado con furia inusitada, tratando de arruinar su ministerio. El trabajo que comenzó de manera tan auspiciosa en Éfeso, parecía ahora condenado al fracaso. El abismo que separaba a los judíos cristianos de los creyentes gentiles, a pesar de los esfuerzos conciliadores del apóstol, parecía aumentar en forma irreversible. Elementos judaizantes se aglutinaban contra el evangelista, atincándolo despiadadamente.

Después de casi un año de ministrar las iglesias de Macedonia, el apóstol volvió a Jerusalén, donde pasó momentos de terrible angustia. Sus esfuerzos por unir a los judíos extremistas y los creyentes de origen gentil, se malograron completamente. Más tarde, cuando las multitudes exacerbadas lo arrojaron a la cárcel, esperó por dos años el pronunciamiento de la justicia. En su juicio, Pablo apeló al César y fue enviado a Roma.

Los creyentes de Filipos recibieron noticias imprecisas de que él y sus compañeros habían perecido en una tempestad mientras viajaban hacia la península itálica. Posteriormente supieron que habían escapado providencialmente, y que se encontraba en Roma bajo la custodia, esperando ser oído por Nerón, el despótico emperador romano.

Y de pronto, un día recibieron con gran gozo una carta del apóstol. A pesar de estar preso en Roma, pasando un período de privaciones e incertidumbres, les envió una epístola llena de fe y confianza en Dios. Sus páginas habían sido bañadas de contagiosa alegría:

“Siempre… ruego con gozo por vosotros” (1:4). “En ésto me gozo, y me gozaré aún” (v. 18). “Completad mi gozo, sintiendo lo mismo” (2:2). “Me gozo y regocijo con todos vosotros. Y así mismo gozaos y regocijaos también vosotros conmigo” (vs. 17, 18). “Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez os digo: ¡Regocijaos!” (4:4). “En gran manera me gocé en el Señor” (v. 10).

A pesar de las angustias que lo afligían, Pablo transformó su Epístola a los Filipenses en un cántico de gozo y esperanza.

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