Mas el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna (Juan 4:14)
Por Víctor Cruz
Los conquistadores españoles en el siglo XVI oyeron hablar de una región denominada Biminí, en la que existía una fuente cuya agua milagrosa transformaba la vejez en perenne juventud.
Un día Ponce de León, gobernador de Puerto Rico, abandonó su cargo y partió con tres carabelas en busca de esa famosa fuente. Después de navegar casi un mes, avistó una tierra que se distinguía por la sorprendente variedad de sus flores y por la exuberancia de sus bosques. Ponce de León denominó Florida a la nueva región descubierta. Pero ahora quería alcanzar su objetivo principal: la fuente de la eterna juventud. Buscó por todas partes el agua maravillosa. Pero no la encontró en parte alguna. Finalmente los nativos, gente de guerra y hostil, de quien ninguna información confiable podía ser conseguida, lo forzaron a suspender sus exploraciones y a batirse en retirada.
Regresó a Puerto Rico alegando haber descubierto la isla de Biminí, la tan codiciada región de la juventud eterna, dando una descripción de sus montañas cubiertas de flores exóticas y recortadas por ríos resplandecientes. Pero no vio la fuente milagrosa.
A la mujer samaritana, junto con el histórico pozo de Jacob, Jesús le dijo: “Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: Dame de bebe; tú le pedirás, y él te daría agua viva”. El salvador no le dijo: “El te vencería”; sino: “El te daría”.
Dice el apóstol Juan: “Y el que tiene sed, venga; y el quiera, tome del agua de la vida gratuitamente”. Esta “agua de vida” está hoy al alcance de todos. ¡Y qué prodigiosa es su virtud! “Mas el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él fuente de agua que salte para vida eterna”.
En sus palabras dirigidas a la mujer samaritana, utilizando una metáfora, Jesús enalteció la excelencia del agua de la salvación que produce vida eterna. Esa agua representa los dones de la gracia, que producen consolación y paz interior no solamente en esta vida, sino por toda la eternidad.
El mismo Señor que prometió el agua de vida, vive ahora a la diestra de Dios. Pidámosle de esta agua y generosamente mitigará nuestra sed en las cisternas de la salvación.
Un día Ponce de León, gobernador de Puerto Rico, abandonó su cargo y partió con tres carabelas en busca de esa famosa fuente. Después de navegar casi un mes, avistó una tierra que se distinguía por la sorprendente variedad de sus flores y por la exuberancia de sus bosques. Ponce de León denominó Florida a la nueva región descubierta. Pero ahora quería alcanzar su objetivo principal: la fuente de la eterna juventud. Buscó por todas partes el agua maravillosa. Pero no la encontró en parte alguna. Finalmente los nativos, gente de guerra y hostil, de quien ninguna información confiable podía ser conseguida, lo forzaron a suspender sus exploraciones y a batirse en retirada.
Regresó a Puerto Rico alegando haber descubierto la isla de Biminí, la tan codiciada región de la juventud eterna, dando una descripción de sus montañas cubiertas de flores exóticas y recortadas por ríos resplandecientes. Pero no vio la fuente milagrosa.
A la mujer samaritana, junto con el histórico pozo de Jacob, Jesús le dijo: “Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: Dame de bebe; tú le pedirás, y él te daría agua viva”. El salvador no le dijo: “El te vencería”; sino: “El te daría”.
Dice el apóstol Juan: “Y el que tiene sed, venga; y el quiera, tome del agua de la vida gratuitamente”. Esta “agua de vida” está hoy al alcance de todos. ¡Y qué prodigiosa es su virtud! “Mas el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él fuente de agua que salte para vida eterna”.
En sus palabras dirigidas a la mujer samaritana, utilizando una metáfora, Jesús enalteció la excelencia del agua de la salvación que produce vida eterna. Esa agua representa los dones de la gracia, que producen consolación y paz interior no solamente en esta vida, sino por toda la eternidad.
El mismo Señor que prometió el agua de vida, vive ahora a la diestra de Dios. Pidámosle de esta agua y generosamente mitigará nuestra sed en las cisternas de la salvación.
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