He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él y él conmigo (Apocalipsis 3:20)
Por Víctor Cruz
Jesús puede ocupar una de las siguientes tres relaciones en nuestra vida. Puede ser un extraño para nosotros, puede ser un huésped en nuestro corazón o puede ser un hospedador por excelencia.
¿Extraño? “He aquí, yo estoy a la puerta y llamo”. Aquí está la figura de Jesús como extraño, llamando a la puerta, aguardando pacientemente el momento de ser atendido. Pero muchos de nosotros continuamos ocupados del lado adentro, indiferentes a sus llamados suaves y persistentes a la puerta de nuestra vida. Mientras el Señor permanezca aguardando la oportunidad de entrar, continuará siendo un extraño para nosotros.
Es posible conocer mucho a su respecto, sin conocerlo personalmente, o haber frecuentado en el día a día a través del trabajo, la familia, de compartir con el otro durante nuestra existencia, o incluso ser graduados de una escuela de Teología y con todo, no conocerlo como nuestro Salvador personal.
¿No queréis hoy parar todas vuestras ocupaciones e invitarlo a entrar en vuestro corazón?
¿Huésped? “Si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él”. Aquí está la figura de alguien que invitó a Jesús a entrar y sentarse a su mesa. Al principio nos parece una linda figura. Pero como hospedadores, somos nosotros los que hacemos las decisiones. Este es el papel de los hospedadores. Estamos alegres por tener a Jesús en nuestra vida, contentos por la esperanza de la salvación, pero pensamos que la vida nos pertenece, y entonces queremos vivirla como nos agrada.
¿Hospedador? Él desea ser para nosotros algo más que un simple huésped. Además de nuestro Salvador, él es también nuestro Señor. El trono de nuestra vida le pertenece a él por derecho. Sobre la cruz pagó un precio inmensurable por nosotros. Por lo tanto, nadie jamás disfrutará plenamente el gozo de la experiencia cristiana mientras Jesús sea apenas un huésped en su corazón.
El cuadro final en nuestro texto presenta al pecador comiendo con él. “Cenaré con él”. Finalmente, nosotros sentados a su mesa: “…y él conmigo”. ¡El huésped se transformó en hospedador!
¿Dejaremos que él sea al mismo tiempo nuestro huésped y nuestro hospedador? En el Día Internacional de la Mujer la grandeza no está en el género femenino sino en el agradecimiento que ella puede dar a la otra parte de la vida. Dando gracias, siempre gracias a lo que le da vida y sentido al ser humano.
¿Extraño? “He aquí, yo estoy a la puerta y llamo”. Aquí está la figura de Jesús como extraño, llamando a la puerta, aguardando pacientemente el momento de ser atendido. Pero muchos de nosotros continuamos ocupados del lado adentro, indiferentes a sus llamados suaves y persistentes a la puerta de nuestra vida. Mientras el Señor permanezca aguardando la oportunidad de entrar, continuará siendo un extraño para nosotros.
Es posible conocer mucho a su respecto, sin conocerlo personalmente, o haber frecuentado en el día a día a través del trabajo, la familia, de compartir con el otro durante nuestra existencia, o incluso ser graduados de una escuela de Teología y con todo, no conocerlo como nuestro Salvador personal.
¿No queréis hoy parar todas vuestras ocupaciones e invitarlo a entrar en vuestro corazón?
¿Huésped? “Si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él”. Aquí está la figura de alguien que invitó a Jesús a entrar y sentarse a su mesa. Al principio nos parece una linda figura. Pero como hospedadores, somos nosotros los que hacemos las decisiones. Este es el papel de los hospedadores. Estamos alegres por tener a Jesús en nuestra vida, contentos por la esperanza de la salvación, pero pensamos que la vida nos pertenece, y entonces queremos vivirla como nos agrada.
¿Hospedador? Él desea ser para nosotros algo más que un simple huésped. Además de nuestro Salvador, él es también nuestro Señor. El trono de nuestra vida le pertenece a él por derecho. Sobre la cruz pagó un precio inmensurable por nosotros. Por lo tanto, nadie jamás disfrutará plenamente el gozo de la experiencia cristiana mientras Jesús sea apenas un huésped en su corazón.
El cuadro final en nuestro texto presenta al pecador comiendo con él. “Cenaré con él”. Finalmente, nosotros sentados a su mesa: “…y él conmigo”. ¡El huésped se transformó en hospedador!
¿Dejaremos que él sea al mismo tiempo nuestro huésped y nuestro hospedador? En el Día Internacional de la Mujer la grandeza no está en el género femenino sino en el agradecimiento que ella puede dar a la otra parte de la vida. Dando gracias, siempre gracias a lo que le da vida y sentido al ser humano.
No hay comentarios:
Publicar un comentario