De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios
(Juan 3:3)
Por Víctor Cruz
El 15 de Junio de 1809 se reunieron en Prusia los emperadores Napoleón y Alejandro para decidir el destino del mundo. La conferencia duró un poco más de dos horas y aunque fue absolutamente privada, afecto los intereses del mundo.
Unos 1,800 años antes hubo otro encuentro privado, entre dos personajes, de más trascendencia que el de Napoleón y Alejandro. Del dialogo informal de Jesús con Nicodemo salieron rayos de luz que alcanzaron los confines de la Tierra. Las palabras del Salvador dirigidas al solitario oyente no perdieron su significado y poder, pues continúan transformando vidas y conciencias.
Nicodemo era fariseo, miembro de un influyente grupo en el seno del judaísmo que se caracterizaba por la meticulosa observancia de los ritos y la rigurosa interpretación de la ley. Pero el formalismo de su culto era insuficiente para satisfacer los anhelos de su corazón. Por eso, tal vez, se sintió atraído por Cristo y sus excelsas enseñanzas.
Sentado, en silencio, oyó sorprendido las palabras de Jesús: “…el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios”.
– Pero – preguntó Nicodemo –¿Cómo puede un hombre nacer de nuevo siendo viejo?
William Barclay, conocido comentador bíblico, parafraseó la respuesta de Jesús al decir: “He empleado ilustraciones humanas sencillas, tomadas de la vida cotidiana y no has comprendido. ¿Cómo puedes comprender las cosas más profundas, si hasta las más sencillas están fuera de tu alcance?”
Al nuevo nacimiento no se lo puede entender, se lo debe experimentar. El Dr. John Hunter acostumbraba contar la historia de la conversación de un ebrio contumaz. Sus ex compañeros de vicio, cubriéndolo de ridículo, le preguntaban:
– ¿Crees en la Biblia y sus milagros, y que Jesús transformó el agua en vino?
– Creo en los milagros de Jesús porque en mi casa él transformó la cerveza en pan para mis hijos.
No podemos explicar cómo actúa el Espíritu; pero vemos el resultado de esta operación en la vida de miles de personas transformadas. Y este es el “único argumento irrefutable a favor del cristianismo”.
Unos 1,800 años antes hubo otro encuentro privado, entre dos personajes, de más trascendencia que el de Napoleón y Alejandro. Del dialogo informal de Jesús con Nicodemo salieron rayos de luz que alcanzaron los confines de la Tierra. Las palabras del Salvador dirigidas al solitario oyente no perdieron su significado y poder, pues continúan transformando vidas y conciencias.
Nicodemo era fariseo, miembro de un influyente grupo en el seno del judaísmo que se caracterizaba por la meticulosa observancia de los ritos y la rigurosa interpretación de la ley. Pero el formalismo de su culto era insuficiente para satisfacer los anhelos de su corazón. Por eso, tal vez, se sintió atraído por Cristo y sus excelsas enseñanzas.
Sentado, en silencio, oyó sorprendido las palabras de Jesús: “…el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios”.
– Pero – preguntó Nicodemo –¿Cómo puede un hombre nacer de nuevo siendo viejo?
William Barclay, conocido comentador bíblico, parafraseó la respuesta de Jesús al decir: “He empleado ilustraciones humanas sencillas, tomadas de la vida cotidiana y no has comprendido. ¿Cómo puedes comprender las cosas más profundas, si hasta las más sencillas están fuera de tu alcance?”
Al nuevo nacimiento no se lo puede entender, se lo debe experimentar. El Dr. John Hunter acostumbraba contar la historia de la conversación de un ebrio contumaz. Sus ex compañeros de vicio, cubriéndolo de ridículo, le preguntaban:
– ¿Crees en la Biblia y sus milagros, y que Jesús transformó el agua en vino?
– Creo en los milagros de Jesús porque en mi casa él transformó la cerveza en pan para mis hijos.
No podemos explicar cómo actúa el Espíritu; pero vemos el resultado de esta operación en la vida de miles de personas transformadas. Y este es el “único argumento irrefutable a favor del cristianismo”.
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