Por GUILLERMO CARAM
Muchas interpretaciones surgirán de la eliminación del equipo dominicano en el Clásico Mundial de Béisbol en la apenas la primera ronda del torneo, siendo derrotado dos veces por Holanda, nación que nunca se ha destacado en este deporte y que no le ganó a ningún otro equipo en esta contienda, cuando a los dominicanos se nos suele calificar como un “Republica Beisbolera”.
Esta eliminación en primera ronda de la selección dominicana ha abatido, sigilosamente, la conciencia nacional.
Muchos culparán las ausencias de grandes estrellas cuando la selección estaba preñada de “bigliguers” y las novenas que nos derrotaron la componían amateurs. Se sindicará inoportuno el bateo por hombres dejados en base y debilidad defensiva por errores cometidos. Se criticará la permisiva dirección personificada en el profesional más respetado del último medio siglo, especialmente ante los rumores de galones de licores en la cueva del equipo y viajes nocturnos a centros de diversiones dominicanos.
Más versiones circularán con el paso de los días.
Independiente de las justificaciones propias del juego, lo sucedido constituye un reflejo del presente comportamiento nacional en lo organizativo y disciplinario: actitudes personales e identificación colectiva que resultan imprescindibles para la integración y éxito del trabajo en equipo, asignación de posiciones en función de aptitudes, sometimiento a entrenamientos, etc.
Tiempo atrás el béisbol revindicaba la estigmatización de indisciplina y desorganización, de desgano e improvisación, que gravitaban sobre otros comportamientos dominicanos. Los partidos comenzaban puntualmente, revestidos de respeto y solemnidad al iniciarlos con el canto del himno nacional, contraproponiéndose a la impuntualidad e informalidad observados en otras manifestaciones de nuestra cotidianidad.
Pero recientemente se ha contagiado con manifestaciones de desorganización, indisciplina, irresponsabilidad e individualismo con que se nos estigmatiza en otros estamentos de la vida nacional. Sus retrasos y reyertas hablan por si solos. Se asumen papeles asignados con poca seriedad, en ocasiones sin prepararse para ello y sin entrenarse colectivamente. Las encomiendas se toman con poca responsabilidad, con invenciones e improvisaciones. No se cultiva el sentido de equipo y cada quien procura protagonismo a costa del conjunto.
Estos comportamientos, de origen lejano, se han agravado bajo el influjo de realidades presentes de nuestro entorno económico, social y cultural; muchas de ellas magnificadas por políticas públicas adoptadas frente a los problemas nacionales: (1) una economía divorciada de la generación de puestos de trabaja y que se hace cada vez mas informal impulsadas por las políticas tributarias caracterizadas por muchos impuestos y altas tasas, (2) una población acostumbrada a subsidios como extensión de los situados de nuestra tradición, fomentando el ocio y la dependencia, en adición a lo que de por si aporta la economía de servicios turísticos y remesas (3) el estímulo a la riqueza fácil impulsada por la tolerancia e impunidad contra la corrupción, delincuencia y el narcotráfico (4) descalificación de nuestro sistema educativo hasta ocupar la peor nota en las 134 economías estudiadas por el Foro Económico Mundial (5) deterioro de la formación moral en el seno de familias nucleares o extendidas (6) entorno social donde priman vicios como la drogadicción y el alcohol (7) distorsión cultural originada en la penetración migratoria extranjera desacostumbrada a nuestro comportamientos y el efecto demostración importado de nuestro diáspora en el exterior
Por estas y otras razones e independientemente de las causas endógenas del colapso sufrido, debe dársele una interpretación social más amplia a lo sucedido y prestarle la debida atención: A la propensión a improvisar, a escoger precipitadamente quienes desempeñen roles, a no entrenarlos sistemáticamente, individual y colectivamente, a la conformación de un sentido de equipo; a la chercha e irresponsabilidad como son tomadas las encomiendas, a la desobediencia ante quien tiene autoridad moral.
Tales comportamientos no son exclusivos del béisbol. Están formando parte de una conducta que puede llevarnos a una disolución que ya comienza a manifestarse con la cultura del sálvense quien pueda o tomando la justicia en propias manos.
La fugaz eliminación de nuestro equipo de béisbol en el clásico mundial debe ser vista por las instancias responsables de la nación como una nueva y peligrosa advertencia disolutoria que debe provocar su pronto encaramiento de parte de las instancias genuinamente responsables de la suerte de la nación, con la seriedad y profundidad que el caso amerita.
En el béisbol y en los demás aconteceres de la nación que se reflejan en nuestro deporte rey.
Esta eliminación en primera ronda de la selección dominicana ha abatido, sigilosamente, la conciencia nacional.
Muchos culparán las ausencias de grandes estrellas cuando la selección estaba preñada de “bigliguers” y las novenas que nos derrotaron la componían amateurs. Se sindicará inoportuno el bateo por hombres dejados en base y debilidad defensiva por errores cometidos. Se criticará la permisiva dirección personificada en el profesional más respetado del último medio siglo, especialmente ante los rumores de galones de licores en la cueva del equipo y viajes nocturnos a centros de diversiones dominicanos.
Más versiones circularán con el paso de los días.
Independiente de las justificaciones propias del juego, lo sucedido constituye un reflejo del presente comportamiento nacional en lo organizativo y disciplinario: actitudes personales e identificación colectiva que resultan imprescindibles para la integración y éxito del trabajo en equipo, asignación de posiciones en función de aptitudes, sometimiento a entrenamientos, etc.
Tiempo atrás el béisbol revindicaba la estigmatización de indisciplina y desorganización, de desgano e improvisación, que gravitaban sobre otros comportamientos dominicanos. Los partidos comenzaban puntualmente, revestidos de respeto y solemnidad al iniciarlos con el canto del himno nacional, contraproponiéndose a la impuntualidad e informalidad observados en otras manifestaciones de nuestra cotidianidad.
Pero recientemente se ha contagiado con manifestaciones de desorganización, indisciplina, irresponsabilidad e individualismo con que se nos estigmatiza en otros estamentos de la vida nacional. Sus retrasos y reyertas hablan por si solos. Se asumen papeles asignados con poca seriedad, en ocasiones sin prepararse para ello y sin entrenarse colectivamente. Las encomiendas se toman con poca responsabilidad, con invenciones e improvisaciones. No se cultiva el sentido de equipo y cada quien procura protagonismo a costa del conjunto.
Estos comportamientos, de origen lejano, se han agravado bajo el influjo de realidades presentes de nuestro entorno económico, social y cultural; muchas de ellas magnificadas por políticas públicas adoptadas frente a los problemas nacionales: (1) una economía divorciada de la generación de puestos de trabaja y que se hace cada vez mas informal impulsadas por las políticas tributarias caracterizadas por muchos impuestos y altas tasas, (2) una población acostumbrada a subsidios como extensión de los situados de nuestra tradición, fomentando el ocio y la dependencia, en adición a lo que de por si aporta la economía de servicios turísticos y remesas (3) el estímulo a la riqueza fácil impulsada por la tolerancia e impunidad contra la corrupción, delincuencia y el narcotráfico (4) descalificación de nuestro sistema educativo hasta ocupar la peor nota en las 134 economías estudiadas por el Foro Económico Mundial (5) deterioro de la formación moral en el seno de familias nucleares o extendidas (6) entorno social donde priman vicios como la drogadicción y el alcohol (7) distorsión cultural originada en la penetración migratoria extranjera desacostumbrada a nuestro comportamientos y el efecto demostración importado de nuestro diáspora en el exterior
Por estas y otras razones e independientemente de las causas endógenas del colapso sufrido, debe dársele una interpretación social más amplia a lo sucedido y prestarle la debida atención: A la propensión a improvisar, a escoger precipitadamente quienes desempeñen roles, a no entrenarlos sistemáticamente, individual y colectivamente, a la conformación de un sentido de equipo; a la chercha e irresponsabilidad como son tomadas las encomiendas, a la desobediencia ante quien tiene autoridad moral.
Tales comportamientos no son exclusivos del béisbol. Están formando parte de una conducta que puede llevarnos a una disolución que ya comienza a manifestarse con la cultura del sálvense quien pueda o tomando la justicia en propias manos.
La fugaz eliminación de nuestro equipo de béisbol en el clásico mundial debe ser vista por las instancias responsables de la nación como una nueva y peligrosa advertencia disolutoria que debe provocar su pronto encaramiento de parte de las instancias genuinamente responsables de la suerte de la nación, con la seriedad y profundidad que el caso amerita.
En el béisbol y en los demás aconteceres de la nación que se reflejan en nuestro deporte rey.
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