miércoles, 11 de noviembre de 2009

EXAMINAD LAS ESCRITURAS

Escudriñad las Escrituras; porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí (Juan 5:39)

Por Víctor Cruz

Cierta vez un pastor visitaba a una familia que había expresado el deseo de recibir estudios bíblicos. Cuando tomo en sus manos la Biblia de la familia, encontró con sorpresa muchos billetes que representaba una suma apreciable.

- ¡Oh! – dijo la señora al ministro –. Guardo mis economías en esta Biblia, porque es el lugar más seguro para esconder el dinero. Nadie en esta casa abre este libro.

Entre los que nunca, o casi nunca abren la Biblia, figuran muchos profesos cristianos. Y porque descuidan la lectura de la Biblia, pierden la familiaridad con Dios y se transforman en presas fáciles en las manos del archienemigo.

Satanás sabe que la Biblia es una poderosa trinchera en las luchas contra el pecado, ya que nos pone en intima relación con aquel que nos salva y nos comunica poder para residir el mal y vivir victoriosamente. Por eso, parte de su estrategia es inducirnos a no abrir este libro y descuidar su lectura.

Para no estar a merced del gran adversario se nos aconseja examinar este libro, el cual “te puede hacer sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús” (2 Tim. 3:15).

San Agustín, el obispo de Hipona, antes de convertirse vivió una lucha dramática que le agitaba el espíritu y le destruía las fuerzas del ser. En su corazón se debatía la voluntad de triunfar sobre los deseos lascivos y las solicitaciones voluptuosas de la carne.

En la fase más difícil de esa batalla interior, su conciencia fue despertada por una voz que le decía: “Toma y lee”. Él tomó el libro que estaba a su alcance, un ejemplar de la Biblia, y leyó: “Andemos… no en glotonerías y borracheras, no en lujurias y lascivias… sino vestíos del Señor Jesucristo, y no proveáis para los deseos de la carne” (Rom. 13:13, 14).

Estas palabras, dice Agustín, derramaron en su corazón luz abundante y las tinieblas del pecado se disiparon.

¡Qué extraordinario es el poder de la Biblia!

Agradezcamos a Dios por esta dadiva preciosa de su Palabra, y digamos con el salmista: “Lámpara es a mis pies tu palabra, y lumbrera a mi camino” (Sal. 119:105).

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