martes, 17 de noviembre de 2009

LA EXPERIENCIA DEL PENTECOSTÉS

Y de repente del cielo un estruendo como de un viento recio que soplaba, el cual llenó toda la casa… y fueron todos llenos del Espíritu Santo
(Hechos 2:2, 4)
Por Víctor Cruz

Cuando los israelitas cruzaron el Jordán, el Señor les concedió como preciosa herencia una tierra dadivosa y buena, con campos fecundos y vegetación exuberante, en la que durante el año había dos estaciones, cuando la lluvia caía abundante y generosa. Las primeras lluvias ocurrían en la época de la siembra, y ayudaban en el proceso de la germinación de la simiente y el crecimiento de la planta; y las segundas precipitaciones contribuían a la maduración de los granos, garantizándoles al agricultor una buena cosecha.

Estas dos lluvias, la temprana y la tardía, en el simbolismo bíblico representan dos eventos: la venida del Espíritu Santo, al comienzo de la dispensación evangélica y también al fin de la historia de la iglesia. El Pentecostés fue la lluvia temprana, la cual preparó la tierra para la gloriosa siembra de la fe. Los resultados fueron sorprendentes. Inflamados por el poder de lo alto, los discípulos salieron e incendiaron el mundo con las llamas del evangelio. La idolatría fue perturbada. Las multitudes no iban más a los templos paganos, los conversos surgían por todas partes. Un nuevo capítulo se abrió en la historia eclesiástica.

Después de la experiencia del Pentecostés no había más puertas cerradas para la iglesia. En vez de esconderse de sus enemigos, los discípulos de Jesús se lanzaron intrépidamente, con audacia, a la conquista de sus adversarios.

Los azotes, las prisiones y los martirios no fueron suficientes para desviarlos de la obra para la cual habían sido comisionados. Dispersos por la persecución, proclamaron con inusitado poder y osadía el mensaje redentor del evangelio. Se calcula que entre 6 y 7 millones de personas aceptaron a Cristo por medio de la obra conducida por un puñado de hombres sin poder, electrizados por la energía divina.

La memorable experiencia del Pentecostés fue el indiscutible cumplimiento de la promesa: “Recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo”. Explicando lo que aconteció en el cenáculo, Pedro destacó la profecía de Joel que anunciaba el abundante derramamiento del poder, capacitando a la iglesia para la realización de obras poderosas y sobrenaturales.

Concédanos Dios este mismo poder, capacitándonos para escribir el último capítulo de la historia de este movimiento profético.

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