Os ruego, pues, hermanos, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo que no haya entre vosotros divisiones (1 Corintios 1:10)
Por Víctor Cruz
El apóstol escribió esta exhortación a los fieles de Corinto, donde la UNIDAD de la iglesia se había desintegrado como resultado de innumerables enfrentamientos entre sus miembros. La iglesia se fragmentó en varios partidos y entre sus miembros se desarrolló un espíritu intolerante y hostil. Preocupado con el antagonismo que dividía a los creyentes, Pablo exhortó: “Os ruego, pues, hermanos, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que habléis todos una misma cosa y que no haya entre vosotros divisiones”.
Para neutralizar los perniciosos resultados del espíritu de controversia tenemos el antídoto divino: “Amados, amémonos unos a otros; porque el amor es de Dios. Todo aquel que ama, es nacido de Dios, y conoce a Dios” (1 Juan 4:7). El espíritu de amor en la iglesia, opuesto a una disposición beligerante, nos llevará a la UNIDAD y a la mutua cooperación. Amor y armonía son los primeros principios del gobierno divino. Ni una simple nota disonante desfigura la armonía del cielo. Esta relación celestial es el modelo de UNIDAD para el pueblo de Dios.
Ninguna congregación puede crecer, ninguna institución prosperar, ningún hogar ser estable, sin la suavizante y modeladora influencia del amor y de la UNIDAD. En el majestuoso capitulo del amor el evangelista a las naciones declaró: “El amor… es benigno, el amor no tiene envidia” (1 Cor. 13:4). No constituye una exageración afirmar que la envidia es una de las más crueles y destructoras de todas las características humanas.
Fue la envidia lo que le incitó a Saúl a perseguir a David. Al principio, el rey estaba satisfecho con David y su espectacular victoria sobre Goliat. Pero, cuando oyó a las mujeres de toda la nación cantar: “Saúl hirió a sus miles, David a sus diez miles” (1 Sam. 18:7), abrió el corazón al espíritu de los celos, el cual envenenó su interior. Como rey, no podía aceptar que otro recibiera mas honras que él. Los celos penetraron en su corazón, arruinándolo espiritualmente y más tarde, lo derrotaron, y destruyeron físicamente.
“La envidia, es una de las peores características satánicas que puedan existir en el corazón humano, y es una de las mas funestas en sus consecuencias”.
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