lunes, 16 de noviembre de 2009

JUNTEMOS NUESTRAS MANOS

Y si una casa está dividida contra sí misma, tal casa no puede permanecer
(Marcos 3:25)

Por Víctor Cruz

Cuando Clyde Hoey era gobernador del Estado de Carolina del Norte, visitó el oeste del Estado. Se encontró con el pastor de una pequeña iglesia rural. Le preguntó, cuántos miembros tenía la iglesia y cuántos eran miembros activos. El pastor le dijo que eran 54 y que todos eran activos. El gobernador comentó que debía ser un predicador extraordinario para tener la totalidad de los miembros activos. “Bueno”, admitió el pastor, “cincuenta por ciento son activos a favor de mi y el otro cincuenta por ciento son activos contra mí”.

Esa no es la clase de actividad que Dios espera de su iglesia, porque “si una casa está dividida contra sí misma, tal casa no puede permanecer”. Preguntamos: ¿Cuál es el secreto de la prosperidad? Dios ha bendecido nuestros esfuerzos unidos.

Nuestros pioneros, tenían un fuerte sentido de destino y una inquebrantable convicción de la importancia del trabajo unido. Creían que les había sido confiado un mensaje para ser proclamado al mundo. Estimulados por el espíritu de orden, disciplina y unidad de acción, transformaron el aparente fracaso de 1844, en esta estructura eclesiástica altamente organizada. Poseídos por un admirable sentido de dirección y propósito, iluminaron el mundo con los fulgores de los tres mensajes angélicos.

Hace algunos años se extravió en Canadá una niñita de tres años. La buscaron durante dos días, y finalmente, el grupo de búsqueda decidió desistir. Pero el padre rogó con lágrimas que lo intentaran una vez más, tomándose esta vez las manos, en un esfuerzo más unido.

Escucharon la súplica angustiada y tomándose de las manos, entraron otra vez en el matorral. Repentinamente, uno de los hombres encontró el cuerpo muerto de la niña y se lo entregó al padre. Mirándola y aprontándola contra su pecho, el padre, bañado en lágrimas, exclamó: “¡Oh Dios mío, ¿Por qué no nos dimos las manos antes?!” Durante dos días estuvieron dispersos en un esfuerzo inútil. Cuando se unieron, ayudándose uno al otro, encontraron a la niñita. ¡Pero ya estaba muerta!

A favor de los millones que, perdidos, viven y mueren sin el conocimiento de Jesús y su poder redentor, juntemos nuestras manos en la proclamación del evangelio eterno.

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