Pues mucho más estando ya justificados en su sangre, por él seremos salvos de la ira
(Romanos 5:9)
En la teología paulina el concepto bíblico de salvación se desdobla en forma progresiva. El apóstol Pablo habla de la salvación en tres tiempos: como un evento pasado, como una experiencia presente y como una esperanza futura. “Nos salvó”; “somos salvados”; “seremos salvos”. Esos tres aspectos de la salvación están sintetizados en Romanos 5:1 y 2: “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo; por quien también tenemos entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios”.
El apóstol dirige su pensamiento al pasado, cuando el creyente recibió el perdón, a través de la justificación, y fue libertado de las culpas del pecado; luego al presente, cuando disfruta el gozo de la experiencia cristiana, “esta gracia en la cual estamos firmes”, liberándonos del poder del pecado; después al futuro, cuando será libertado de la presencia del pecado y vera la gloria de Dios en su esplendor.
La salvación, como un evento pasado, descansa sobre la obra que Jesús consumó en la cruz. Este concepto de la salvación como evento pasado es lo que llamamos justificación.
Pero ahora, habiendo alcanzado el perdón, la salvación pasa a ser una experiencia presente. La justificación es la puerta que permite el acceso al camino que conduce a la ciudad celestial. Ese camino es conocido como la santificación. En esta etapa el creyente, inflamado por el poder divino, camina en forma ascendente por el camino de la experiencia cristiana. En esta experiencia presente, la gracia santificadora de Dios operando en el corazón de los que “sois salvos” produce los frutos sazonados del Espíritu.
Como la fe justifica produce primero contrición y después un gozo inexpresable que inunda todo el ser humano, el pecador justificado mira entonces al futuro y contempla la “corona de la vida” que el Señor le concederá “en aquel día”. Al contemplar la salvación como una experiencia futura, llamada glorificación, el creyente mantiene su fe puesta en el único que puede conducirlo a la victoria final: Cristo Jesús, y lo anima la certeza de que él “aparecerá por segunda vez… para salvar a los que lo esperan”.
¡Feliz Navidad!
El apóstol dirige su pensamiento al pasado, cuando el creyente recibió el perdón, a través de la justificación, y fue libertado de las culpas del pecado; luego al presente, cuando disfruta el gozo de la experiencia cristiana, “esta gracia en la cual estamos firmes”, liberándonos del poder del pecado; después al futuro, cuando será libertado de la presencia del pecado y vera la gloria de Dios en su esplendor.
La salvación, como un evento pasado, descansa sobre la obra que Jesús consumó en la cruz. Este concepto de la salvación como evento pasado es lo que llamamos justificación.
Pero ahora, habiendo alcanzado el perdón, la salvación pasa a ser una experiencia presente. La justificación es la puerta que permite el acceso al camino que conduce a la ciudad celestial. Ese camino es conocido como la santificación. En esta etapa el creyente, inflamado por el poder divino, camina en forma ascendente por el camino de la experiencia cristiana. En esta experiencia presente, la gracia santificadora de Dios operando en el corazón de los que “sois salvos” produce los frutos sazonados del Espíritu.
Como la fe justifica produce primero contrición y después un gozo inexpresable que inunda todo el ser humano, el pecador justificado mira entonces al futuro y contempla la “corona de la vida” que el Señor le concederá “en aquel día”. Al contemplar la salvación como una experiencia futura, llamada glorificación, el creyente mantiene su fe puesta en el único que puede conducirlo a la victoria final: Cristo Jesús, y lo anima la certeza de que él “aparecerá por segunda vez… para salvar a los que lo esperan”.
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