Y uno de sus discípulos, al cual Jesús amaba, estaba recostado al lado de Jesús (Juan 13:23)
Por Víctor Cruz
Analizando la vida del apóstol Juan, sus meritos y deméritos, descubrimos que el brillo de la humildad adornaba su carácter. No es que fuese humilde por naturaleza. Al contrario, antes era ambicioso y arrogante y amaba la vanagloria; estimulando por el orgullo, soñaba con una posición prominente en el recinto de Cristo.
Pero la virtud de la humildad llego a ser tan estimada por el apóstol del amor, que consiguió erradicar completamente de su corazón el orgullo y la ambición que tanto conspiraban contra la perfección de su carácter.
Posteriormente, cuando ya había sido transformado por el poder maravilloso de Cristo, escribió el Evangelio que lleva su nombre. Pero, ¿de qué manera lo escribió? Procurando no colocarse en evidencia. Aun en la descripción de hechos ocurridos cuando él estaba presente, procuró ocultarse. En cierto momento, como no lo era posible omitirse, recurrió a un feliz artificio del lenguaje al decir: “Uno de sus discípulos, al Jesús amaba”.
Esto me hace recordar una pequeña ilustración que leí hace tiempo: Un viejo rematador ofrecía un bello cuadro, una obra de arte, producción valiosa de uno de los celebres maestros de la pintura clásica, el rematador, para que todos los compradores pudieran ver los encantos policromicos de aquella tela, la levantó y escondido detrás de la belleza del cuadro, recibía sucesivas ofertas lanzadas por los interesados en comprar la tela.
De la misma manera hizo Juan. Procuró presentar, en colores atrayentes, la belleza de Cristo. Pero, ¡que admirable humildad! Se escondió detrás de la tela que tan magistralmente nos presenta la hermosura armoniosa de Cristo y sus luminosas enseñanzas. La humildad de Juan no consistía de una mera profesión, era una gracia que lo vestía tan naturalmente como un vestido. Procuraba evitar todo lo que pudiera parecer atraer la atención sobre si mismo.
Al relatar los sucesos del calvario, Juan vuelve a ocultarse detrás del conmovedor cuadro de la crucifixión: “Cuando vio Jesús… al discípulo a quien él amaba, que estaba presente, dijo a su madre: Mujer, he ahí tu hijo. Después dijo al discípulo: He ahí tu madre. Y desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa” (Juan 19:26, 27).
¡Al apóstol que no se identificó le fue dada la honra de velar por la madre del Salvador del mundo!
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