miércoles, 7 de octubre de 2009

LA FRAGILIDAD DEL HOMBRE

Verdaderamente también tu eres de ellos, porque aun tu manera de hablar te descubre
(Mateo 26:73)

Por Víctor Cruz

Era la hora más fría de la noche. En la sala del juicio, rodeado por soldados y una rencorosa multitud, Jesús aguardaba la decisión del honorable consejo. En el patio, calentándose al calor de una hoguera, un grupo de personas discute con excitación los últimos acontecimientos. Allí está Pedro, el ardoroso discípulo, que prometió seguir a Jesús hasta la muerte. Todos hablan. Las palabras se atropellan en medio de una gran confusión de voces.

Pedro, que no sabía mantenerse callado por mucho tiempo, también hablo. Pero fue traicionado por las peculiaridades del lenguaje de los galileos. “Tú también estabas con Jesús nazareno”, observó curiosa una de las siervas de la casa de Caifás. Pero Pedro lo negó: “No sé lo que dices”; y volvió a negar: “No conozco al hombre” (Mat. 26: 70, 72). Después confuso y perplejo, se apartó un poco del grupo irreverente. Pero la criada volvió a insistir: “Verdaderamente también tu eres de ellos”.
Otra oportunidad fue concebida a Pedro para confesar su identificación con Cristo. Pero él la desprecio negándolo otra vez.

Los presentes volvieron a insistir y dijeron: “Tu manera de hablar te descubre”.
Ante tanto dedos acusadores, el amedrentado discípulo repitió la misma negativa, maldiciendo y jurando.

¡Qué sorprendente y vergonzosa fe la caída de Pedro!

Cortando el silencio de aquella noche fría, el gallo cantó tres veces y el apóstol lloro amargamente. Se acordó de su promesa, hecha pocas horas antes, de que acompañaría a su Señor a la prisión y a la muerte si fuere necesario. Aplastado por su fracaso, avanzó en medio de las tinieblas de la noche sin saber adónde iba.

Jesús le había concedido a Pedro oportunidades preciosas y extraordinarias. Sin embargo, en aquella noche él declaró que no conocía a quien siguió y con quien convivió durante tres años. Declaró no conocer a quien había curado a su suegra; a quien lo había librado de la muerte cuando casi fue tragado por las olas en el Mar de Galilea; a quien lo llevó al monte de la transfiguración. Y, además, no se limitó a negar su relación con Jesús, sino que lo hizo con juramentos y maldiciones. ¡Oh que débil es la naturaleza humana!

¿Cuál será nuestra actitud hoy? ¿Tomaremos tiempo para contar a otros nuestra relación con Dios?

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