Pedid y se os dará; buscad y hallareis… porque todo aquel que pide, recibe y el que busca, halla (Mateo 7:7, 8)
Por Víctor Cruz
Se cuenta que Hieron II (c. 270-c 215 a. C.) rey de Siracusa sospechando que el artesano que confeccionó su corona había mezclado oro con metal inferior, le encargo al sabio Arquímedes que averiguara si sus dudas eran justificadas. Pero debería hacerlo sin destruir la corona. El sabio medito largamente sobre el problema, sin encontrar solución. Un día, mientras se bañaba, sintió que sus miembros al sumergirse en el agua perdían considerablemente su peso, y que las piernas se levantaban con suma facilidad. Su genio le permitió descubrir, a través de esa experiencia, un gran principio de la hidráulica, hoy universalmente conocido, mediante el cual fue posible medir el peso del oro existente en la corona.
Dice la historia que fue tan grande el entusiasmo que le causó el descubrimiento que explotando de alegría, salió desnudo a la calle gritando: “¡Eureka, Eureka!” ¡Lo halle, lo halle!
En el libro de Dios encontramos el secreto que nos permite descubrir, primero, las llagas y miserias de nuestra vida, y después, a Cristo, el bálsamo de nuestra eterna salvación.
El texto de hoy fue extraído del Sermón del Monte: “Buscad, y hallareis… porque todo aquel que… busca halla”. El Señor no solo nos anima a buscar, sino que también nos permite el éxito en nuestro esfuerzo.
La palabra griega Eureka aparece con frecuencia en diferentes formas en el Nuevo Testamento, y en las siguientes dos ocasiones se la emplea para describir el descubrimiento de Cristo: Andrés, después de haber estado con Jesús, percibiendo en él la luz resplandeciente de su divinidad, buscó a su hermano Pedro y le declaro lleno de gozo: “Hemos hallado al Mesías” (Juan 1:41). Más tarde fue Felipe quien, dirigiéndose a Natanael, le anunció con alegría: “Hemos hallado a Aquel de quien escribió Moisés en la ley… Jesús, el hijo de José, de Nazaret” (Juan 1:45).
En el jubiloso Eureka de Andrés y Felipe encontramos la evidencia de que nosotros también podremos encontrar a Jesús. Podemos conocerlo y cultivar con él una provechosa comunión.
Sabatier, filosofo cristiano que no se dejaba seducir por entusiasmos místicos, declaro: “La investigación de Dios no es vana, pues desde el momento cuando comienzo a buscarlo, él me encuentra y se apodera de mí”
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