Cuando venga el Hijo del Hombre, ¿hallará la fe en la tierra?
(Lucas 18:8)
(Lucas 18:8)
Por Víctor Cruz
Contemplando el panorama religioso contemporáneo, entendemos el significado de la pregunta formulada por Jesús: “Cuando venga el Hijo del Hombre, ¿hallara fe en la tierra?”
La ciencia y la tecnología necesitaron una generación para consolidar su confianza en la soberanía de la razón. Hoy se proclama desde los pulpitos la “muerte de Dios” y se exalta el reino del hombre. El evolucionismo cristiano, negando a Dios como la causa primera, describe el mundo animado e inanimado como el resultado de una ciega casualidad. Los clérigos predican un Cristo descrucificado, sin la corona de espina y el manto de las humillaciones; un Cristo desfigurado para que no repugne a la mentalidad de este siglo.
Evidentemente, el apóstol Pablo se refería a nuestros días cuando escribió: “El espíritu dice claramente que en los postreros tiempos algunos apostaran de la fe, escuchando a espíritus engañosos y a doctrinas de demonios” (1 Tim. 4:1).
Con razón anuncio el profeta Isaías que el tiempo del fin las tinieblas espirituales cubrirían la Tierra. Pero declaro también en esta hora de oscuridad espiritual, de desvíos y extravíos, la luz de la verdad volvería a brillar en todo su esplendor.
Así como los momentos que anteceden a la madrugada son los de más densa oscuridad, así después de la densa noche espiritual que envuelve al mundo surgirá la aurora radiante, cuando Cristo se manifestará para establecer su reino de paz y perfección. Aquel en cuyas manos está el destino de las naciones, intervendrá para desenmascarar el engaño y restaurar para siempre el imperio de la verdad.
Envueltos en el seno del amor infinito, estaremos protegidos para siempre contra las investidas sutiles del engaño. La mentira la incredulidad y la duda erradicadas para siempre.
Para los que confían en el Señor y en sus promesas, esta será una consumación gloriosa. “Porque en esperanza fuimos salvos; pero la esperanza que se ve, no es esperanza; porque lo que alguno ve, ¿a qué esperarlo? Pero si esperamos lo que no vemos, con paciencia lo aguardamos” (Rom. 8: 24, 25).
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