Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; y las repetirás a tus hijos (Deuteronomio 6:6, 7)
Por Víctor Cruz
El mundo que precedió al cristianismo fue cruel e inhumano en su relación con los niños. El erudito historiado Edward Gibbon (1737-1794) describió en forma dramática las condiciones infrahumanas en las que vivían los niños antes de la era cristiana. “La costumbre de matar niños”; escribió él, “era un vicio obstinado y predominante en la antigüedad; a veces era impuesto, muchas veces era permitido y casi siempre, practicado impunemente”.
Cuando Anestres, esposa de Jerjes, cumplió 50 años, como parte de las celebraciones, en acción de gracias a los dioses, mandó enterrar vivos a catorce niños. Platón, en La República, sugiere el exterminio de niños deficientes o físicamente débiles.
En la antigua Roma, a los pies del Monte Aventino, había una región pantanosa conocida como Velabrum, lugar que se hizo célebre por los crímenes monstruosos que allí se practicaban. Los padres que por cualquier razón resolviesen no criar a los hijos recién nacidos, los abandonaban allí para ser devorados por los perros hambrientos y los animales salvajes.
En ese sombrío contexto de la historia fue cuando el Verbo tomó la naturaleza humana en forma de un niño, en Belén. Más tarde, cuando los discípulos trataron de impedir que las madres llevaran a sus hijos a Jesús para ser bendecidos por él, el Maestro pronuncio las famosas palabras: “Dejad a los niños venir a mí, y no se lo impidáis; porque de los tales es el reino de los cielos” (Mat. 19:14).
El cristianismo dignifico a los niños y bajo su influencia ennoblecedora surgieron leyes que consagraron el valor de los derechos de los menores.
Como padres tenemos el deber y el privilegio de transmitir a nuestros hijos la “fe que una vez fue dada a los santos”. La Biblia exhorta: “Amaras a Jehová tu dios de todo tu corazón, y de toda tu alma y con todas tus fuerzas. Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; y las repetirás a tus hijos, y hablaras de ellas estando en tu casa y andando por el camino, y al acostarte y cuando te levantes” (Deut. 6:5-7).
Renovemos hoy, como hogares y como iglesia, nuestro amor nuestra dedicación por los corderitos del rebaño. En ellos perpetuamos la valiosa herencia que recibimos de nuestros mayores.
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